Por Nelson Santana y Emmanuel Espinal
9 de diciembre de 2025
Anterior: 16 contra la violencia, memorias dominicanas: Anibel González Ureña
El 25 de noviembre no es una fecha cualquiera. Es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, declarado en memoria de Las Hermanas Mirabal —Minerva, Patria y María Teresa—, asesinadas el 25 de noviembre de 1960 por la dictadura de Trujillo. Desde entonces, organizaciones en todo «16 Días de Activismo», que culmina el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos. Ese arco temporal recuerda una verdad esencial: la violencia contra las mujeres es una violación de derechos humanos.
ESENDOM se suma con una serie especial de 16 entregas —una por día— para nombrar, recordar y exigir. Honramos a Mamá Tingó (Florinda Soriano Muñoz), lideresa campesina asesinada por defender la tierra; a Lucrecia Pérez Matos, migrante dominicana asesinada en España en un crimen de odio; y a casos recientes que movilizaron conciencias como Emely Peguero. No son estadísticas: son vidas, familias y comunidades marcadas por femicidios, agresiones, impunidad y desprotección institucional.
Nuestra apuesta es clara: la violencia contra las mujeres debe cesar. Durante estos 16 días, ofreceremos perfiles breves, contexto histórico, claves legales y llamados a la acción para que cada lectura se convierta en memoria activa y compromiso ciudadano. Te invitamos a leer, compartir, educar y exigir políticas efectivas de prevención, protección y justicia.
Porque recordar es un acto de amor y de responsabilidad. Por ellas y por todas: ni una menos.
Esta serie no establece un ranking. El orden responde a criterios editoriales y cronológicos. Honramos a cada mujer con igual respeto. La violencia contra las mujeres debe cesar.
Serie ESENDOM «16 días por ellas» (25 de noviembre–10 de diciembre)
Introducción
Anacaona —«flor de oro» en lengua taína— fue cacica de Jaragua, poeta, compositora de areítos e intérprete de cemíes. Nacida hacia 1474 en Yaguana (hoy Léogâne, Haití), encarnó la encrucijada caribeña de finales del siglo XV: diplomacia frente a la violencia colonial, liderazgo cultural frente a la esclavitud y el despojo. Su ejecución tras la masacre de Jaragua (1503) no solo cerró un ciclo de resistencia taína, sino que la convirtió en símbolo permanente de dignidad y memoria compartida entre República Dominicana y Haití.
Por qué es relevante hoy
Anacaona importa hoy por tres razones fundamentales. Primero, su liderazgo político desmiente que el poder caribeño prehispánico fuera exclusivamente masculino: administró riquezas, negoció con autoridades coloniales y convocó caciques bajo su mando. Segundo, su final —capturada y ejecutada tras recibir pacíficamente a Nicolás de Ovando— demuestra que la violencia colonial castigó incluso la cooperación, lección incómoda en un presente marcado por desplazamientos y explotación de poblaciones vulnerables. Tercero, su memoria ha sido puente cultural: vive en poemas de Salomé Ureña (1880), novelas de Edwidge Danticat, canciones de salsa compuestas por Tite Curet Alonso e interpretadas por Cheo Feliciano, obras teatrales e iconografía cívica, alimentando un relato transnacional sobre justicia en la isla.
Qué hizo / Qué la convierte en símbolo
Anacaona combinó diplomacia, gobierno y arte. Recibió a Bartolomé Colón, gestionó tributos en yuca y algodón, y controló bienes de prestigio. Como cacica tras la muerte de su hermano Bohechío (c. 1500), mantuvo una política de paz mientras Jaragua se volvía refugio de taínos huidos de minas y rebeliones. Su caída tras la celada de Ovando —que reunió y quemó vivos entre 40 y 80 caciques— y su posterior ejecución pública en Santo Domingo la elevaron a símbolo de resistencia femenina, martirio indígena y memoria anticolonial caribeña.
Ficha biográfica
Nombre: Anacaona («flor de oro»).
Nacimiento: c. 1474, Yaguana/Jaragua (hoy Léogâne, Haití).
Familia: Hermana de Bohechío; esposa de Caonabo; madre de Higüemota.
Cargos: Cacica de Jaragua; poeta y compositora de areítos; intérprete de cemíes.
Hechos clave: Contactos diplomáticos con Bartolomé Colón (1496–1497); sucesión como cacica (c. 1500); recepción de Nicolás de Ovando (1503); masacre de Jaragua; captura y ejecución en Santo Domingo (1503–1504).
Legado: Referente de liderazgo femenino indígena; figura central en memoria cultural dominico-haitiana.
Biografía ampliada
Formada en tradición ceremonial taína, Anacaona destacó desde joven por su arte en areítos y prestigio como intérprete de lo sagrado. Su matrimonio con Caonabo —cacique de Maguana— fortaleció alianzas políticas ante presiones interétnicas del siglo XV. Tras la captura de Caonabo por Alonso de Ojeda (1494) y su muerte durante el traslado a España (1496), Anacaona regresó a Jaragua con su hermano Bohechío, donde asumió un rol creciente en la administración del cacicazgo: organizó recepciones a Bartolomé Colón, gestionó tributos y obsequió bienes de lujo, señal de poder económico y simbólico bajo control femenino.
La expansión colonial rompió equilibrios. La esclavización taína para minas y obras públicas multiplicó fugas; Jaragua se volvió santuario. Hacia 1500, Bohechío muere sin heredero varón y Anacaona asume como cacica en territorio cada vez más militarizado. Al llegar el gobernador Nicolás de Ovando (1502), su programa de «pacificación» incluyó la sujeción de Higüey y la presión sobre Jaragua. En 1503, Anacaona lo recibió con cortesía política: reunió señores de su reino, organizó areítos y agasajos. La respuesta fue trampa: entre 40 y 80 caciques fueron convocados a un bohío y quemados vivos; Anacaona fue apresada y trasladada a Santo Domingo. Tras meses de cautiverio, fue ejecutada —las crónicas mencionan la horca— como «escarmiento» público, probablemente a finales de 1503 o inicios de 1504.
Las justificaciones coloniales oscilaron entre supuesta conspiración indígena y «necesidad» de castigo ejemplar. Pero el saldo histórico fue inequívoco: la masacre desarticuló la estructura política más sólida de la isla y aceleró la catástrofe demográfica taína por violencia y epidemias. Simultáneamente, fijó el mito fundacional: la gobernante que eligió paz sin renunciar a dignidad, caída por perfidia colonial.
Su memoria persistió. En el siglo XIX, aparece en Enriquillo de Manuel de Jesús Galván y en el poema épico «Anacaona» (1880) de Salomé Ureña como emblema nacional y moral. En el siglo XX, su nombre viaja con la salsa —«Anacaona» de Tite Curet Alonso, popularizada por Cheo Feliciano en 1971— y con relecturas haitianas y dominicanas (Jean Métellus, Irka Mateo), tejidas a sensibilidad anticolonial contemporánea. En el siglo XXI, sigue siendo clave para pensar historia compartida de Quisqueya.
Conclusión
Anacaona es más que mártir: es lenguaje común para hablar de liderazgo femenino, soberanía cultural y justicia. Su vida enseña que paz no es sumisión, que cultura es poder político, y que violencia colonial destruye incluso aquello que la recibe con hospitalidad. Recuperarla en la serie «16 mujeres» de ESENDOM no es gesto nostálgico; es intervención cívica: recordar que la isla que la vio nacer también la llora, que su nombre cruza fronteras, y que su «flor de oro» sigue alumbrando el camino de quienes luchan por memoria, derechos y convivencia verdadera en la Hispaniola del presente.
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