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Top 20 dominicanos MLB por WAR: David Ortiz

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Por Nelson Santana
28 de octubre de 2025

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Este artículo forma parte de una serie especial de ESENDOM en la que revelamos, día a día, los nombres de los 20 mejores peloteros dominicanos de todos los tiempos según su WAR (Wins Above Replacement), la métrica que mide el valor total de un jugador para su equipo.

WAR (Victorias Sobre Reemplazo) mide numéricamente cuántas victorias adicionales aporta un pelotero específico comparado con un jugador promedio de Triple-A que subiría solo para cubrir la posición. Esta métrica domina el análisis moderno porque integra todas las facetas del juego —ofensiva, defensiva, velocidad en las bases, y pitcheo— en una cifra única, permitiéndote distinguir claramente entre jugadores que realmente impactan el resultado y aquellos que apenas ocupan espacio en el roster.

La lista incluye tanto a jugadores nacidos en la República Dominicana, como Pedro Martínez y Juan Marichal, así como a peloteros de ascendencia dominicana nacidos en Estados Unidos, como Alex Rodríguez y Moisés Alou. Con esta entrega buscamos no solo repasar estadísticas, sino también rendir homenaje a la influencia cultural y deportiva que estos atletas han dejado en la historia de las Grandes Ligas y en el orgullo dominicano.

David Ortiz no fue solo «Big Papi». Fue la voz, el poder y el corazón de dos islas

David Ortiz fue la voz, el poder y el corazón de dos islas: la quisqueyana que lo vio nacer y la de ladrillo rojo llamada Boston que lo adoptó para siempre. Con 541 jonrones monumentales, tres anillos de campeón y una frase inmortal—«This is our fucking city»—el hijo de Santo Domingo no solo cambió la historia de los Red Sox. Cambió lo que significa ser pelotero dominicano en las Grandes Ligas. Ortiz jugó grande cuando el mundo miraba, cuando Boston lloraba, hasta el último swing a los 40 años.

Biografía

David Américo Ortiz Arias nació el 18 de noviembre de 1975 en Santo Domingo, República Dominicana, el mayor de cuatro hijos de Enrique (Leo) Ortiz y Ángela Rosa Arias. Creció viendo a los Martínez—Ramón y especialmente Pedro—como héroes caribeños en el montículo, y desde joven entendió que el béisbol podía ser pasaporte, micrófono y futuro definitivo. Alto, fuerte, con manos rápidas y una sonrisa que llenaba camerinos completos, Ortiz empezó a llamar la atención siendo adolescente.

Apenas 10 días después de cumplir 17 años, el 28 de noviembre de 1992, firmó con los Seattle Mariners. Lo registraron como «David Arias» por el lío clásico de apellidos hispanos, pero el bate hablaba clarísimo. Ascendió en el sistema con promedio consistente, fuerza natural y un show de jonrones que impresionó a veteranos establecidos. En 1996 fue cambiado a Minnesota como «jugador a ser nombrado después». Ahí, ya con su apellido paterno en el uniforme—Ortiz—empezó el camino duro del tipo que batea pero al que no terminan de creer completamente.

Con los Twins debutó en 1997 y demostró el poder, pero también lidió con lesiones de muñeca, decisiones de managers que desconfiaban de su defensa en primera base y, como él mismo confesó después, dudas sobre si lo veían como parte del futuro. Tras la temporada 2002, Minnesota lo dejó libre para ahorrar dinero. Ese momento—doloroso, personal; su madre había fallecido en un accidente ese mismo año—terminó siendo el giro definitivo de su vida.

Pedro Martínez levantó el teléfono. Boston escuchó atentamente. Los Red Sox firmaron a Ortiz en enero de 2003 casi como apuesta barata. Lo que vino después fue historia de franquicia, de ciudad y de país completo. En Boston, Ortiz se volvió titular, estrella y luego mito viviente. Fue pieza central en 2004, cuando los Medias Rojas rompieron la maldición de 86 años sin título; repitió campeonato en 2007; lideró otra corona en 2013 ya convertido en leyenda ambulante. Ese último anillo llegó después del atentado en el Maratón de Boston, cuando Ortiz agarró el micrófono en Fenway Park y defendió su ciudad con una crudeza que se volvió consigna nacional. En 2022, entró al Salón de la Fama de Cooperstown en su primer año en la boleta: sello oficial de inmortalidad absoluta.

Números y legado

Los números de Ortiz son de superestrella indiscutible, pero su legado trasciende como figura cultural. En 20 temporadas en Grandes Ligas (1997-2016), Ortiz bateó .286 con 2,472 hits acumulados, 632 dobles, 541 jonrones y 1,768 carreras empujadas. Su OPS de .931 habla de poder y disciplina excepcionales. Sumó 55.3 de WAR según Baseball-Reference, posicionándolo entre los dominicanos más valiosos de todos los tiempos, en grupo élite con Albert Pujols, Adrián Beltré, Manny Ramírez y Vladimir Guerrero. Fue bateador designado casi a tiempo completo y aun así entró a Cooperstown de primera vez, algo hasta hace poco impensable para un DH.

Ortiz fue 10 veces All-Star, ganó 7 Silver Sluggers, dos Premios Hank Aaron al mejor bateador de la Liga Americana y fue MVP de la Serie Mundial 2013. Lideró su liga en jonrones (54 en 2006), en impulsadas (tres veces) y hasta en porcentaje de slugging en su temporada final, a los 40 años cumplidos. Coleccionó tres anillos definitivos: 2004, 2007 y 2013. En octubre, su leyenda se multiplicó exponencialmente. Ortiz bateó .289 con OPS de .947 en 85 juegos de postemporada, con 17 cuadrangulares y hits que dejaron rivales caminando lentamente hacia el dugout con la cabeza hundida. En 2004, contra los Yankees, prácticamente cargó a Boston desde un 0-3 que parecía sentencia de muerte. En 2013, ante los Cardinals, bateó .688 en la Serie Mundial y obligó a San Luis a tratarlo como si llevara fuego en el bate.

Pero reducir a «Big Papi» a su swing es perder la mitad de la historia. Ortiz se volvió símbolo dominicano en Nueva Inglaterra. Llevó la bandera a Fenway, pero también humanizó al pelotero latino ante una ciudad que, antes de él y Pedro, no siempre entendía—o aceptaba—la cultura caribeña. Cuando dijo “This is our fucking city” (esta es nuestra maldita ciudad) tras el atentado del Maratón, no hablaba solo como atleta profesional; hablaba como ciudadano adoptado (Ortiz se hizo ciudadano estadounidense en 2008), como líder comunitario y como voz de una base latina que se veía reflejada, por primera vez, en el tipo más querido de Boston. Para miles de dominicanos—en la isla y en la diáspora—Ortiz probó que un bate puede derrumbar maldiciones deportivas, pero también fronteras culturales permanentes.

Conclusión

La imagen final de David Ortiz no es un swing. Es él, con ojos aguados en Fenway Park, saludando a Boston tras su último juego en 2016, mientras esa ciudad, que una vez vivió 86 años de frustración, lo ovacionaba como héroe eterno. Se retiró liderando la liga en slugging a los 40. Se retiró con 38 jonrones y 127 impulsadas en su última temporada, más que muchos en su prime. Se retiró sabiendo que ya era «Cooperstown». Pero lo que lo hace único no es solo lo que hizo con el bate. Es que, cada vez que cruzó el plato, miró al cielo y apuntó con los dos dedos índices: recordatorio silencioso de que todo esto empezó con un muchacho de Santo Domingo que soñaba con honrar a su mamá y terminó cambiando para siempre la historia de los Red Sox—y el orgullo dominicano en las Grandes Ligas.

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