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Cultura y conciencia

Fallece en Miami Ada Balcácer, maestra del arte dominicano y arquitecta de un lenguaje caribeño propio

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Por Nelson Santana
26 de diciembre de 2025

Puntos clave

  • Ada Balcácer murió en Miami a los 95 años; la prensa dominicana sitúa el fallecimiento el jueves 25 de diciembre de 2025, aunque algunas fichas biográficas en línea consignan 24 de diciembre.

  • Fue Premio Nacional de Artes Plásticas (2011) y Reserva Cultural de la Nación (2017), distinciones que la consolidaron como figura mayor del canon visual dominicano contemporáneo.

  • Su vida estuvo marcada por una adversidad temprana: un accidente de equitación derivó en gangrena y la amputación de su brazo izquierdo, hecho que no detuvo una carrera de seis décadas.

  • Además de producir obra, fue docente y formadora: impartió grabado y dibujo en instituciones clave, influyendo en generaciones.

  • Su legado incluye una dimensión cívica y social: Banreservas destacó su obra y su programa «Mujeres integradas a la industria artesanal», articulado con apoyo internacional.

La muerte de Ada Balcácer en Miami cerró, en un solo golpe, varias historias dominicanas a la vez: la de la artista que convirtió la luz tropical en método, la de la maestra que enseñó a mirar con disciplina, y la de una generación que entendió que el arte podía ser estética y ciudadanía en el mismo trazo. La noticia fue confirmada públicamente por el presidente del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos (CODAP), Joel Gonell, quien la despidió como «maestra de la luz», una frase que en su caso funciona menos como metáfora y más como resumen técnico de su apuesta por el color y la transparencia.

Los reportes de la prensa dominicana sitúan el fallecimiento entre el 24 y 25 de diciembre de 2025 en Miami. La divergencia de fechas —posiblemente relacionada con la hora del deceso, la confirmación familiar o el corte editorial— todavía se está ajustando entre fuentes. En cualquier caso, el impacto en el país fue inmediato: no se iba una artista «importante», sino una figura estructural, de las que ordenan el relato del arte dominicano antes y después de su presencia.

Del campo al taller: biografía en contexto

Ada Balcácer nació el 16 de junio de 1930 en Santo Domingo y se crió en el campo, un detalle que importa porque su obra dialoga con la naturaleza, la religiosidad popular e identidad sociocultural desde un lugar vivido, no turístico.

Su ruta inicial no fue el arte: soñaba con estudiar medicina, hasta que un accidente de equitación le fracturó un brazo. La lesión se complicó hasta derivar en gangrena y amputación. En el imaginario cultural dominicano, esa escena se ha contado muchas veces como tragedia. La lectura más justa es otra: fue el punto de quiebre que empujó una voluntad rara, casi obstinada, hacia el oficio artístico.

Se formó en la Escuela Nacional de Artes Visuales en Santo Domingo, donde tuvo maestros decisivos —Josep Gausachs, Celeste Woss y Gil, Manolo Pascual, Gilberto Hernández Ortega, Luichy Martínez Richiez—, en un ambiente marcado por influencias europeas y por el deseo de modernización estética. En 1951 emigró a Estados Unidos y vivió alrededor de doce años en Nueva York, estudiando en la Art Students League, una experiencia que amplió recursos técnicos y ambición formal.

Esa ida y vuelta —Santo Domingo/Nueva York/regreso— es clave para entenderla desde el presente: Balcácer pertenece a una tradición dominicana de artistas que no «se fueron» para desconectarse, sino para construir herramientas y regresar con un idioma plástico más sólido.

Maestra y constructora de instituciones

Al volver al país, su carrera no se limitó al circuito de exposiciones: ejerció docencia como profesora de grabado en Bellas Artes y como profesora de dibujo en Arquitectura de la UASD, espacios que han funcionado como fábricas de generaciones creativas en el país.

Su trayectoria artística se sostuvo en series y procesos de investigación visual: en 1972 integró el grupo Nueva Imagen, y más adelante produjo series como Espacios participantes (1973–1978) y Palmira (1979–1985), dentro de la cual realizó murales y obtuvo reconocimiento en el concurso «Un mural para el Citibank» (1983). Ese dato la ubica dentro de una modernidad dominicana que, en plena expansión urbana y corporativa, buscaba también un lenguaje visual capaz de habitar espacios públicos sin perder densidad simbólica.

Abstracción como estrategia en tiempos políticos

Un elemento revelador aparece en biografías públicas: «se dice» que su inclinación hacia lo abstracto funcionó, en parte, como una forma de evitar la censura durante la agitación política dominicana de la década de 1960. No es una afirmación sencilla de comprobar como hecho único —el arte no se explica por una sola causa—, pero sí es verosímil como clima histórico: en un país donde la política ha atravesado la vida cotidiana y donde el arte figurativo podía ser leído como denuncia directa, la abstracción ofrecía un margen de libertad: decir sin nombrar, denunciar sin consignar, sugerir sin firmar el conflicto.

En esa tensión, Balcácer se vuelve contemporánea incluso hoy: su obra recuerda que, en República Dominicana, el problema no ha sido solo «crear», sino crear con autonomía y sostener una voz propia en medio de presiones sociales, institucionales y coyunturales.

Premios y la dimensión social del legado

Su reconocimiento institucional fue amplio: primer premio de dibujo (1966), concurso mural (1983), mención de honor en Cali (1986), homenaje en Naciones Unidas en Nueva York (1989), Premio Nacional de Artes Plásticas (2011) y Reserva Cultural de la Nación (2017). Banreservas la había distinguido en 1985 con una distinción honorífica y, en 2017, le entregó una placa que la reconocía como «Reserva Artística» del país, destacando tanto su originalidad como su obra social, incluyendo el programa «Mujeres integradas a la industria artesanal», en combinación con el Banco Mundial.

Ese detalle aterriza su figura en un punto esencial del debate cultural dominicano: el arte no como vitrina elitista, sino como herramienta de desarrollo, oficio y sostenimiento comunitario.

Alas y raíces: una retrospectiva que define un país

Si hay un lugar donde su legado quedó sistematizado para el público, fue la retrospectiva Alas y raíces: Ada Balcácer, concebida como muestra antológica de seis décadas, con énfasis en su compromiso con la sociedad y en los aportes teóricos al arte del Caribe. La lectura crítica de la época subrayó que su recorrido revelaba «mitos y realidades» dominicanas, a veces desde dentro y a veces desde fuera, y que el catálogo mismo era una caja de herramientas para entender su lenguaje.

En tiempos donde el país suele recordar a sus artistas cuando mueren, Alas y raíces fue lo contrario: un acto de memoria en vida. Y por eso hoy funciona como mapa para los que vienen detrás: para estudiantes, curadores, coleccionistas y para el público que todavía está aprendiendo a mirar el arte dominicano sin pedirle que sea «bonito» antes de ser verdadero.

Lo que queda

Balcácer murió en Miami, pero su historia no se «mudó» con ella. Su obra se estudia, se exhibe y se discute como parte de una conversación dominicana sobre identidad, mito, naturaleza, religiosidad popular y universo femenino —temas que ella trabajó moviéndose entre figuración y abstracción con consistencia poco común.

La despedida pública de su hija, Marian Balcácer, añadió otra capa: la de la artista como madre, guía y fuerza íntima, recordando que detrás del «nombre» hay una vida que sostuvo familia, oficio y país al mismo tiempo.

Lo brutal, al final, es esto: Ada Balcácer ya no está para producir la próxima serie, pero dejó suficiente estructura —obra, escuela, método, archivos, exposiciones— como para que la cultura dominicana no tenga excusa. La pregunta no es si será recordada. La pregunta es si el país sabrá usar su legado: estudiarlo, enseñarlo y defenderlo como parte de lo que somos.

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