Por ESENDOM Satírico
10 de septiembre de 2025
Tras 21 años de hacerse los suecos, los Cubs finalmente descubrieron que Sammy Sosa siempre fue… ¡sorpresa! Sammy Sosa.
La directiva ahora lo recibe con chaqueta azul y sonrisa de dentífrico, como si no lo hubieran mandado al limbo beisbolero por más tiempo del que duran algunos matrimonios.
Sammy regresa a Wrigley como el hijo pródigo con casa propia, mientras los Ricketts lucen como esos parientes que solo aparecen en las fotos familiares cuando hay herencia de por medio.
¿Disculpas? Las pidieron como quien pide sal en el restaurante: “Perdón, pero ¿podrías disculparte por habernos hecho famosos?”
Los Cubs tienen buena temporada este año. Casualidad, campaña de redención estratégica, o brujería dominicana: usted decide.
¡Bienvenido, Sammy! Pero… ¿podrías empezar pidiendo perdón por existir? Después de más de dos décadas de silencio administrativo más largo que una misa de Semana Santa, de ignorar homenajes como si fueran citatorios judiciales, de borrar su cara de los murales con el entusiasmo de una ex despechada, y de actuar como si el jonronero más explosivo de su franquicia fuera un rumor urbano, los Chicago Cubs por fin decidieron hacer lo que debieron haber hecho cuando Blockbuster todavía tenía futuro: invitar a Sammy Sosa de regreso a casa.
Eso sí, no sin antes exigirle una disculpa pública más formal que la entrega de un Premio Nobel, porque al parecer los Cubs se convirtieron en una mezcla entre iglesia pentecostal y bufete de abogados con departamento de relaciones públicas. “Confiesa tus pecados antes de pisar el templo sagrado de Wrigley, hijo mío”, le dijeron con toda la solemnidad de un funeral de Estado.
Y Sammy, con esa sonrisa que ha resistido más huracanes que las casas de Miami, pidió perdón sin admitir nada específicamente ilegal, solo por cortesía caribeña. Una clase magistral de dignidad que la administración todavía está estudiando en YouTube.
La chaqueta azul no tapa la chaqueta de hipocresía vintage
El distinguido señor Tom Ricketts, presidente ejecutivo del club y especialista en amnesia selectiva, declaró con la emoción artificial de un comercial de detergente que “nadie jugó con más entrega que Sammy”.
¡Ah, pero qué hermoso! ¿Y entonces por qué lo borraron como si fuera un mensaje de WhatsApp mandado por error a la ex? ¿Por qué el tipo que conectó 545 jonrones con uniforme de los Cubs tuvo que seguir sus propios homenajes desde casa como un fanático más con control remoto?
¿Por qué el hombre que puso a Chicago en el mapa beisbolero tuvo que conformarse con highlights en ESPN Clásico mientras otros jugadores de su era recibían estatuas como si fueran héroes de guerra?
Ahora que el equipo está peleando el comodín como un político en año electoral, ¡santo milagro de octubre! De repente Sosa es bienvenido, lo visten de azul más brillante que un anuncio de Pepsi y lo ponen a lanzar la primera bola como si el siglo XXI no hubiera existido.
Pero uno no olvida. Uno no olvida que lo mantuvieron afuera como si fuera el villano de una telenovela mexicana cuando en realidad era su Superman dominicano.
Temporada ganadora = Ataque súbito de conciencia
La directiva de los Cubs, que durante dos décadas se especializó en excusas más elaboradas que las de un estudiante universitario faltando a clase, ahora se especializa en timing más calculado que una propuesta de matrimonio en San Valentín.
Están jugando bien, hay posibilidades de postemporada, y nada dice “buen karma cósmico” como reconciliarse con tu ex estrella cuando ya tiene la vida resuelta, el banco lleno y brilla más que toda tu franquicia junta.
¿Sammy en el séptimo inning cantando “Take Me Out to the Ballgame” con el entusiasmo de un karaoke de medianoche? Sí, claro. Todo suena bonito cuando hay cámaras HD, fanáticos contentos y un calendario de octubre que promete más rating que las finales de reality show. Qué conveniente que la “reflexión moral” llegue justo cuando necesitan toda la magia disponible para llegar a los playoffs.
El juego fue colectivo, pero la culpa fue distribuida como pizza: solo para él
Mientras otros peloteros de la infame “Era de los Esteroides” (sí, ustedes saben exactamente quiénes son, no se hagan) fueron recibidos con homenajes más elaborados que una quinceañera en Guadalajara, placas conmemorativas y documentales lacrimógenos, a Sosa le pidieron confesar hasta el tipo de champú que usaba en 1998.
La narrativa oficial durante 21 años fue siempre la misma: “Sí, fue importante para la franquicia… PERO.”
Ese “pero” duró más que algunos gobiernos democráticos. Ese “pero” fue más largo que la sequía de campeonatos de los Cubs antes de 2016. Ese “pero” tuvo más capítulos que Game of Thrones y menos sentido que el final.
Wrigley Field siempre fue su casa, aunque cambiaron las cerraduras
Sammy volvió. Volvió con la frente más alta que un rascacielos del downtown de Chicago, con clase más natural que un comercial de whisky escocés, con los aplausos atronadores de una fanaticada que nunca, jamás, en la vida lo olvidó, aunque su equipo desarrollara Alzheimer administrativo selectivo.
Volvió con el pecho inflado de orgullo legítimo y con la misma sonrisa radiante que usó para conquistar al mundo desde San Pedro de Macorís hasta los corazones de Chicago. Volvió como el rey que regresa a reclamar su trono, solo para descubrir que los usurpadores ahora quieren compartir el crédito.
Y los Cubs… bueno, los Cubs actuaron como esos padres que te echan de la casa a los 18 y luego se sorprenden cuando no los visitas en Navidad. Como si no le debieran al menos una estatua del tamaño del Monumento a Washington, un estadio con su nombre grabado en diamantes, o mínimo una esquina sagrada del dugout con su número 21 bordado en oro.
Como si la historia de los Cubs de los últimos 25 años fuera posible de contar sin mencionar cada uno de esos 545 jonrones.
Reflexión final digna de filosofía aplicada:
El perdón es una virtud cristiana. El reconocimiento tardío, una estrategia de marketing. La nostalgia es un negocio. La hipocresía, una especialidad corporativa. Y en el caso específico de los Chicago Cubs, el regreso de Sammy Sosa es menos acto de justicia histórica tardía y más acto de marketing nostálgico con descuento de temporada.
Pero bueno, como dice el refrán que deberían bordar en el uniforme de los Ricketts:
“Más vale tarde que nunca… aunque llegues con calculadora y departamento de relaciones públicas incluido.”
P.D.: Si alguien ve por ahí la dignidad perdida de los Cubs, por favor repórtela a objetos perdidos. Lleva desaparecida desde 2004.
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