Por Panocho Pechocho
3 de septiembre de 2025
Cuando la burocracia cumple años antes que los niños
En la República Dominicana, al parecer, un niño de 7 años ya no es un niño. Por lo menos, no para el INAIPI, que con la precisión quirúrgica de un reloj suizo burocrático explicó que su plataforma solo registra casos de niños de 2 a 5 años. Es decir, si usted es padre de una niña de siete años que sufre maltrato, la respuesta gubernamental es tan simple como absurda: devuelva al menor, tiene la edad incorrecta.
La directora ejecutiva, con el tono pedagógico de quien explica por qué el cielo es azul, aclaró que no era «misionalidad» de la institución recibir denuncias de abuso infantil. Uno se pregunta entonces cuál es exactamente su misión: ¿organizar concursos de estatura? ¿Clasificar traumas por fecha de nacimiento? ¿Crear el primer sistema de protección infantil con límite de edad como discoteca VIP?
Al vecino desesperado que intentó denunciar lo mandaron a un safari burocrático digno del Guinness: «Mire, esto no es aquí. Vaya al CONANI, al Ministerio Público, a la Policía, al Síndico, a su diputado, a la radio, a un brujo, o mejor aún, abra una cuenta de TikTok que ahí sí lo van a escuchar».
Mientras tanto, el gobierno lanza campañas sobre «tolerancia cero al maltrato infantil», pero olvidó el pequeño detalle de explicarle a la ciudadanía dónde carajos denunciar. Es como poner letreros de «Prohibido orinar» sin decir dónde está el baño.
Primer día de clases: discursos de mármol en aulas que parecen sitios arqueológicos
El presidente Abinader inauguró el año escolar en una escuela cuidadosamente seleccionada, con discursos más pulidos que el piso del Palacio Nacional, kits escolares «garantizados» al 100% y la consigna patriótica de rigor: «La educación es el compromiso de todos».
La ironía no tardó en hacer su aparición estelar: mientras el mandatario hablaba de «sembrar esperanza desde las aulas», muchas aulas parecían más bien excavaciones arqueológicas donde los estudiantes podrían encontrar fósiles del Jurásico entre las grietas del piso.
En Higüey, 31 escuelas decidieron no abrir sus puertas porque, técnicamente, ya no las tenían. Los techos goteaban más que confesión de político en campaña, los baños eran decorativos (como los ministros) y las ventanas tenían tantos huecos que parecían queso gruyere educativo.
Pero tranquilos: el gobierno anunció RD$12,000 millones para infraestructura. Parte de ese presupuesto, rumoran, se destinará a aulas móviles estilo food truck: «¡Educación sobre ruedas! Un día frente al colmado, otro en el parque, y los viernes en el cementerio para clases de historia dominicana».
El kit escolar: más esquivo que diputado en época de crisis
El INABIE informó orgullosamente que ya entregó kits escolares al 57% de los estudiantes. El otro 43% sigue esperando uniformes, zapatos y mochilas con la paciencia de quien espera que llueva en el desierto del Sahara.
Mientras tanto, los estudiantes llegan a clases como superhéroes del improviso: chancletas heredadas de tres generaciones, cuadernos que parecen supervivientes de huracanes y mochilas tan viejas que podrían estar en el Museo del Hombre Dominicano.
Los suplidores, según explicaron, trabajan en «horarios especiales». Traducción: cuando no están siendo investigados por corrupción, cuando las licitaciones no están siendo impugnadas, y cuando los astros se alinean con el presupuesto nacional.
Moral y Cívica: la materia que necesita su propio rescate
El presidente también anunció la reincorporación de Moral y Cívica al currículo. Brillante idea. Solo habría que empezar aplicándola en las instituciones gubernamentales:
Lección 1: Cómo recibir una denuncia de maltrato infantil sin enviar al denunciante a un tour por todo el aparato estatal.
Lección 2: Cómo inaugurar un año escolar sin que el acto se suspenda por derrumbe inminente del plantel.
Lección 3: Cómo entregar uniformes escolares antes de que el estudiante se gradúe de bachiller.
Lección 4: Cómo crear un protocolo de denuncia tan simple que hasta un funcionario público lo entienda.
Epílogo: Un país donde los niños no caben en el sistema
La República Dominicana arranca otro año escolar con la esperanza intacta de los niños y la creatividad infinita de las excusas oficiales. Tenemos escuelas que parecen ruinas mayas sin el atractivo turístico, instituciones que clasifican niños por edad como si fueran vinos, y un sistema de denuncias más complicado que el código Da Vinci.
Entre tanto, seguimos celebrando discursos sobre «la niñez como prioridad nacional» mientras nuestros menores estudian esquivando goteras, cargan libros en fundas de supermercado y aprenden que en este país, para ser protegido hay que tener la edad correcta y llenar el formulario indicado.
Quizás sea hora de crear una Plataforma Nacional de Sentido Común, donde cualquier ciudadano pueda denunciar el maltrato infantil sin necesidad de calculadora para verificar edades, GPS para encontrar la institución correcta, o doctorado en derecho administrativo para entender el proceso.
Claro, siempre que funcione el internet. Porque conociendo nuestro país, probablemente se caiga el servidor el mismo día que lancen la plataforma.