Por ESENDOM
26 de agosto de 2025
🕯️ Tres casos recientes han sacudido a la sociedad dominicana: niños asesinados por sus propios padres o tutores.
⚖️ Una niña de siete años en Los Guandules murió tras sufrir torturas a manos de su tutora y su pareja.
😔 Un padre confesó haber asfixiado a su hijo de un año y ocho meses, alegando que actuó por «voluntad de Dios».
💔 Una madre en Santo Domingo Este envenenó a sus tres hijos de 11, 9 y 7 años antes de quitarse la vida.
❓ Las tragedias plantean preguntas urgentes: ¿hemos perdido la capacidad de cuidar a los más vulnerables? ¿Qué puede hacer el Estado para prevenir estas atrocidades?
SANTO DOMINGO. — La República Dominicana atraviesa una crisis silenciosa pero devastadora. En menos de dos semanas, tres casos han conmocionado la conciencia nacional: niños asesinados por quienes tenían la responsabilidad sagrada de amarlos y protegerlos. No son estadísticas. Son vidas truncadas que nos obligan a mirarnos al espejo como sociedad y preguntarnos: ¿en qué momento perdimos el rumbo?
El horror de Los Guandules: Emailing Coronado
El nombre de Emailing Coronado, de apenas 7 años, se grabó en el corazón de los dominicanos el 16 de agosto. Su tía, Yokeiry Coronado de la Cruz, y la pareja de esta, Jeider Montero Medina, fueron arrestados por la Policía Nacional como presuntos responsables de su muerte.
Los detalles son escalofriantes: quemaduras, golpes sistemáticos, tortura prolongada. El informe forense reveló que incluso le habían cosido la boca con hilo. La menor había sido confiada a su tía apenas cinco meses antes, en un acto que debió significar protección y se convirtió en sentencia de muerte.
Los vecinos susurraban. Tenían sospechas. Notaban que la niña no se dejaba ver. Pero sus voces no fueron suficientes para salvar una vida. El silencio cómplice de una comunidad que vio, sospechó, pero no actuó con la urgencia que el caso requería.
La pregunta que nos persigue: ¿Cómo una sociedad permite que el maltrato infantil se normalice hasta convertirse en asesinato? ¿Dónde fallan nuestros mecanismos de protección cuando las señales están ahí, visibles, esperando una intervención que nunca llega?
Un padre convencido de actuar por Dios
También en Los Guandules, el 24 de agosto, otro crimen estremeció la nación. Dionys Anderson Zabala Reyes asesinó a su propio hijo de un año y ocho meses por asfixia.
Lo más perturbador no fue solo el acto, sino su justificación: frente a cámaras y periodistas declaró haber actuado por «mandato divino». Sin rastro de arrepentimiento. Sin indicio de comprensión sobre la magnitud de su crimen.
Los vecinos habían detectado comportamientos extraños en días previos. Una vez más, las alertas tempranas existieron, pero no se tradujeron en acciones preventivas efectivas.
Este caso nos confronta con una realidad incómoda: ¿Qué sucede cuando la enfermedad mental se mezcla con la violencia doméstica? ¿Tenemos protocolos institucionales para detectar e intervenir cuando un adulto en crisis representa una amenaza mortal para menores bajo su custodia?
El Ensanche Isabelita: Cuando una madre elige la muerte
Pennsylvania Jiménez Valdez tomó la decisión más incomprensible para la mente humana: envenenar a sus tres hijos —de 11, 9 y 7 años— antes de quitarse la vida ella misma. En el Ensanche Isabelita, una familia entera desapareció en un acto que desafía toda lógica maternal.
Su manuscrito de despedida, según las autoridades, contenía disculpas y explicaciones que quizás nunca logremos comprender completamente. ¿Qué desesperación puede llevar a una madre a considerar que la muerte es mejor opción que la vida para sus propios hijos?
Aquí el interrogante se vuelve existencial: ¿Qué fallas sistémicas permiten que una madre llegue a un punto de quiebre tan absoluto sin que nadie a su alrededor detecte las señales de alarma?
“No podemos permitir que la próxima tragedia sea «impredecible». Debemos construir una red de protección tan sólida que ningún menor quede desprotegido, tan sensible que detecte las señales de riesgo antes de que sea demasiado tarde.”
El patrón que no podemos ignorar
Estos no son casos aislados. Son manifestaciones de un fenómeno que crece en silencio: el filicidio, el asesinato de hijos por parte de sus padres o cuidadores. El presidente Luis Abinader los calificó como «tragedias difíciles de prever». El presidente Abinader dijo:
Esas son cuatro tragedias evidentemente que pasan. Hoy en la fuerza de tarea lo discutimos. Ninguno de los cuatro tenía informe previo, ni se había informado previamente, esos cuatro específicamente. Ni en el caso de la madre que supuestamente envenenó a los niños había un historial de salud mental. Eso es difícil de prever
Sin embargo, esta respuesta, aunque comprensible, no puede ser suficiente.
El Instituto Nacional de Atención Integral a la Primera Infancia (INAIPI) explicó que Emailing Coronado no estaba bajo su supervisión por tener más de cinco años. Esta respuesta técnicamente correcta expone una realidad preocupante: nuestras instituciones operan con límites de edad que pueden dejar desprotegidos a menores en situaciones de riesgo extremo.
Las interrogantes que nos definen
Como sociedad, estos crímenes nos obligan a enfrentar preguntas incómodas pero necesarias:
¿Hemos perdido la capacidad de criar con paciencia y amor? La presión económica, el estrés social y la desintegración familiar no pueden convertirse en justificaciones para la violencia contra menores.
¿Nuestras instituciones están realmente preparadas? Necesitamos protocolos más ágiles, capacitación especializada y una coordinación efectiva entre diferentes organismos de protección infantil.
¿Cómo activamos a las comunidades? Los vecinos que «sospechan» pero no actúan son parte del problema. Necesitamos canales de denuncia efectivos y una cultura ciudadana que priorice la protección de menores.
¿Qué papel juega la salud mental? Es urgente desarrollar programas de detección temprana de crisis emocionales en adultos responsables del cuidado de menores.
Un llamado a la acción nacional
La infancia dominicana está enviando una señal de alarma que no podemos seguir ignorando. Cada uno de estos casos representa un fracaso colectivo: del Estado, de las instituciones, de las comunidades, de nosotros como sociedad.
No podemos permitir que la próxima tragedia sea «impredecible». Debemos construir una red de protección tan sólida que ningún menor quede desprotegido, tan sensible que detecte las señales de riesgo antes de que sea demasiado tarde.
El desafío es claro: transformar la indignación en acción, el dolor en políticas públicas efectivas, la rabia en compromiso ciudadano. Nuestros niños no pueden seguir siendo víctimas de los adultos que deberían protegerlos.
La infancia es nuestro futuro, pero también nuestro presente más vulnerable. Es hora de actuar como la sociedad que queremos ser, no como la que estos crímenes revelan que somos.