Por Panocho Pechocho
24 de diciembre de 2025
La Navidad dominicana no empieza el 1 de diciembre. Empieza cuando alguien dice: «Vamos a poner musiquita bajita», y seguido pone al Conjunto Quisqueya a un volumen que convierte el piso en tambora. En ese instante, la casa deja de ser casa y pasa a ser un Estado soberano con su propio gobierno: la Tía Presidenta (cocina), el Tío Ministro de Sonido (bocina) y el Primo Director de Tráfico (el que acomoda carros como si fuera la AMET, pero en chancletas).
En ESENDOM lo llaman «Top 10 Navideño», pero en la práctica es un manual de instrucciones emocionales. Porque aquí la música no es decoración. Aquí la música es el calendario, la terapia y la gasolina. Tú no sabes si es 24 o 31… pero si suena «A las arandelas», ya tú estás autorizado legalmente a dar un pasito con el plato en la mano.
Y entonces llega el momento delicado: el dominicano en el exterior que este año no pudo visitar a los suyos en la República Dominicana. Ese que dice «tranquilo, el año que viene» con la misma seguridad con la que uno dice «mañana empiezo la dieta». Está en Estados Unidos, mirando precios de vuelos como si estuviera leyendo poesía trágica y haciendo videollamada con la familia para «sentirse cerca». Lo que no sabe es que el verdadero peligro no es la distancia: es que alguien en Santo Domingo ponga «Navidad sin mi madre».
Porque esa canción no es una canción. Es un botón rojo. Tú estás ahí, firme, mandando saludos, diciendo «¡Felicidades!»… y de repente escuchas el acorde. Se te baja el espíritu de fiesta y te sube el espíritu de novela. Tratas de disimular, pero ya la cara se te puso de «me entró algo en el ojo», aunque el ojo esté en HD y con filtro de Instagram.
Pero no se preocupen: la Navidad dominicana nunca te deja deprimido por más de tres minutos. Aquí el llanto viene con transición. Tú lloras con El General Larguito y a los 30 segundos te están curando con Jossie Esteban, porque «Llegó Navidad» entra como un amigo imprudente que no toca la puerta: «¿Quién está triste aquí? ¡Bájenme esa melancolía que llegó la Patrulla 15!»
Luego entra Johnny Ventura con «Salsa pa’ tu lechón» y, automáticamente, se activa la religión nacional: el culto al lechón. El lechón no puede faltar. No es opcional. Es requisito de identidad. Si no hay lechón, la familia entra en crisis institucional. Se abren investigaciones. Se señalan culpables. Se escuchan frases como: «¿Y entonces… qué vamos a comer?» como si la nevera estuviera vacía y no hubiera diez bandejas de ensalada rusa y pastelitos.
Y el lechón, además, trae consigo su propio folclor. Está el tío que se para frente a la bandeja y dice «ese quedó seco», aunque tenga la boca llena. Está la tía que repite «no cojan mucha cuerito», como si el cuerito fuera un recurso natural protegido. Y está el primo que se cree nutricionista en diciembre y suelta: «Yo solo voy a probar», procediendo a servirse una porción que parece un proyecto de construcción.
En medio de todo, aparece el Conjunto Quisqueya como si fuera el himno nacional de diciembre. Nadie los llama, pero llegan. Nadie los invita, pero se instalan. Tú puedes estar en Nueva York, Madrid o Santiago de los Caballeros: si suena Quisqueya, el cuerpo obedece. Es reflejo condicionado. No importa si eres tímido: te conviertes en corista.
Y ahí está el truco: el «Top 10 Navideño» no es solo una lista de canciones. Es un retrato dominicano en alta fidelidad. Tiene nostalgia, sí. Tiene al que no pudo bajar, sí. Pero también tiene esa magia rara de reírse en medio de todo: de la distancia, de la escasez de tiempo, del año duro, de la vida misma. Porque en Navidad, el dominicano hace lo que mejor sabe hacer: convertir cualquier emoción en coro, cualquier pena en brindis, y cualquier sala en pista de baile.
Así que si tú estás en RD: sube la música, abraza a los tuyos y cuida el lechón como si fuera patrimonio. Y si tú estás en el exterior: pon el «Top 10», llama a la familia, y cuando te dé la nostalgia… déjala pasar. Total, en la Navidad dominicana la tristeza no se queda mucho: la saca la tambora.