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Cultura y conciencia

SeNaSa presenta: «Plan de Alto Cuento» (sátira)

Humor, SátiraNelson SantanaComment

Por Panocho Pechocho
17 de diciembre de 2025

Cuando la patria está jarta y las bocinas quieren receta de lástima

Washington no, mi gente: esto fue Santo Domingo en modo sala de emergencias, pero sin médicos, sin medicinas y con un solo equipo activo: el de relaciones públicas del «ay bendito».

Porque si algo dejó claro el fin de semana es que este país está jarto, con J mayúscula, de que le jueguen «trompo» con la salud de los más vulnerables. Y no es un «tema», no es un «debate»: es una rabia que nace cuando la gente escucha historias de pacientes oncológicos esperando tratamientos como quien espera una guagua en hora pico… hasta que se les acaba el tiempo. Medicamentos que no llegan. Servicios que aparecen facturados como apariciones marianas: nadie los vio, pero cobraron por ellos.

Y entonces, cuando el Ministerio Público llega con su menú de imputaciones —un desfalco que suena a cifra bíblica, con millones de afectados— uno creería que el país se unifica en una sola oración: «que se haga justicia».

Pero no.
En República Dominicana siempre hay un segmento que se activa con más rapidez que el 911: la bocina sentimental.

La Bocina: «Yo vengo con una primicia… de compasión»

De repente, en un estudio de radio, se abrió una nueva unidad médica: la Sala de Lágrimas y Opinión. Allí apareció el comunicador Virgilio Féliz Mejía con una «revelación» que quiso sonar a noticia de última hora, pero salió como un «remedio casero» echado en vaso de plástico:

—Que si enfermedad degenerativa, que si tratamiento en Nueva York, que si siglas médicas tiradas al aire como letras de bachata mal memorizadas…

Y uno se pregunta: ¿desde cuándo la cabina se convirtió en consultorio, y la opinión en prescripción?

Porque el show fue este: no era «vamos a exigir justicia por los agraviados», sino «vamos a pedir clemencia por el acusado», como si el país tuviera que suspender la indignación y ponerse en posición de masaje terapéutico:
«Respire, mi amor. Inhale… exhale… y olvídese del desfalco».

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La defensa, claro, intentó poner la conversación donde más conviene cuando el expediente pesa: en el terreno donde el pueblo baja la guardia: la lástima.

Y ahí vimos el gran estreno del personaje de temporada: «El Acusado Sensible».
Un hombre llorando ante el juez como si la audiencia fuera una novela de las nueve y el expediente un simple malentendido de oficina:
«Excelencia, eso fue un error del sistema…»

Sí, del sistema.
Pero no del sistema que te niega una medicina. Ese sistema funciona con una eficiencia diabólica. No: del otro «sistema», el que cuando se prende la luz, todo el mundo dice: «Ay, yo no sé. Eso lo manejaba otro».

Plot twist: el juez no compró la telenovela

Pero el tribunal —y aquí viene lo mejor— no se dejó llevar por el libreto. El juez no pidió pañuelos. No mandó a buscar violines. No dijo «corten» para repetir la escena con más emoción.

Dijo, en esencia: «18 meses».
Y el elenco completo agarró para Las Parras, que en esta película no es «retiro espiritual», sino recordatorio de que los expedientes no se curan con lágrimas.

Pregunta nacional: ¿y la clemencia pa’ quién?

Aquí es donde el país se pone serio, incluso riéndose. Porque la parte más grotesca de todo este espectáculo no es el llanto: es el descaro de pedir clemencia como si la clemencia fuera un privilegio VIP que se tramita por micrófono.

La gente se pregunta —con razón—:
¿Dónde estaba la clemencia cuando el afiliado pobre esperaba?
¿Dónde estaba la clemencia cuando una familia se endeudaba por una receta?
¿Dónde estaba la clemencia cuando el paciente descubría que su seguro era una ruleta: hoy sí, mañana «vuelva en 15 días»?

Ahí no hubo segmento radial. Ahí no hubo «primicia». Ahí no hubo campaña emocional.

Porque, como escribió alguien en redes (y lo dijo perfecto): cuando un comunicador usa el micrófono para sembrar lástima en lugar de exigir justicia, deja de informar y pasa a encubrir.

Conclusión: con la salud del pobre no se hace contenido

En un país donde la salud de los vulnerables se trata como mercancía, la sátira no es crueldad: es defensa propia. Porque si el expediente dice «desfalco» y el pueblo dice «muertes», entonces lo que no puede decir el micrófono es: «pobrecito».

No, mi hermano.
La corrupción no merece serenata.
No merece violines.
Y mucho menos merece que la indignación nacional se convierta en un episodio especial de «La Rosa de Guadalu…la Clemencia».

Con la salud de los pobres no se juega.
Y el que jugó, que no pretenda que el país le aplauda el drama.