Por ESENDOM
15 de agosto de 2025
A diferencia de la mayoría de países, la República Dominicana celebra dos independencias. La Guerra de la Restauración (1863-1865) representa uno de los episodios más heroicos y definitorios de la historia dominicana. Tras la controvertida anexión a España proclamada por Pedro Santana el 18 de marzo de 1861, el pueblo dominicano enfrentó una nueva forma de dominio colonial que amenazaba su soberanía y su identidad nacional recién consolidada.
El 16 de agosto de 1863, en el cerro de Capotillo, catorce patriotas cruzaron desde Juana Méndez, Haití, para alzar la bandera tricolor sobre suelo dominicano. De acuerdo con investigaciones históricas y fuentes como la Academia Dominicana de la Historia y el Compendio de la historia de Santo Domingo, el núcleo de este grupo estaba encabezado por Santiago Rodríguez, acompañado de Benito Monción y José Cabrera, mientras que Pedro Antonio Pimentel se unió a ellos en Capotillo para consumar el izamiento de la bandera.
Lo que comenzó como un levantamiento en las zonas rurales del Cibao se transformó rápidamente en un movimiento nacional que unió a campesinos, veteranos de guerra y líderes políticos. Durante dos años de intensos combates, figuras legendarias como Gaspar Polanco, Gregorio Luperón y José Antonio Salcedo encabezaron una resistencia que no solo buscaba recuperar la independencia, sino reafirmar la identidad dominicana frente a las potencias extranjeras. La guerra culminó políticamente el 3 de marzo de 1865, cuando España emitió el Real Decreto que anulaba la anexión, y concluyó definitivamente con la evacuación de las tropas españolas en julio de ese mismo año, demostrando al mundo que el espíritu independentista dominicano era inquebrantable.
En ESENDOM, recordamos a cinco de estos héroes para conmemorar el 162 aniversario de la Guerra de la Restauración.
Benito Monción: El centinela eterno de la Línea Noroeste
En los campos áridos de La Vega, donde el sol del amanecer ilumina destinos extraordinarios, vino al mundo el 29 de marzo de 1826 un niño que habría de convertirse en uno de los centinelas más fieles de la libertad dominicana. Benito Monción Durán, hijo de José Monción y Sebastiana Durán, no conoció las comodidades de la vida urbana, sino que creció en la intemperie de la Línea Noroeste, esa región fronteriza donde cada día se escribía una página silenciosa pero crucial de la historia patria.
Su infancia transcurrió en La Visite, Dajabón, donde las montañas susurran secretos entre dos naciones y donde el simple acto de existir requiere valentía. En esa tierra de contrastes, donde la patria se mide por la vigilancia constante y la lealtad se forja a fuego lento, Monción desarrolló el temple inquebrantable que lo distinguiría durante toda su vida. Como jornalero en las tierras del caudillo Santiago Rodríguez, aprendió las lecciones fundamentales que ninguna academia militar podría enseñar: que la verdadera fuerza nace del trabajo honesto y que la lealtad es la moneda más valiosa que un hombre puede ofrecer.
El bautismo de fuego de un soldado nato
Cuando la Guerra de la Independencia Dominicana estalló en 1844, el joven Monción respondió al llamado de la patria con la naturalidad de quien comprende que algunos momentos históricos exigen que los hombres comunes se conviertan en héroes. Su bautismo de fuego llegó en la Batalla de Beller en 1845, donde su valentía excepcional le mereció el ascenso a sargento de granaderos. Allí, bajo el estruendo de los cañones y entre el humo de la pólvora, se reveló la verdadera naturaleza de un líder que jamás buscaría la gloria en los salones, sino en los campos de batalla donde se decide el destino de las naciones.
El ascenso de Monción en las filas militares no fue producto de influencias políticas o conexiones familiares, sino del reconocimiento puro de su valor y capacidad. Participó en la acción de Escalante, donde alcanzó el rango de subteniente, y en la decisiva Batalla de Sabana Larga de 1856, ya vestía los galones de capitán. Cada promoción representaba no solo un reconocimiento a su coraje personal, sino la confianza que sus superiores y compañeros depositaban en un hombre cuya palabra valía tanto como su espada.
La llama inextinguible de la resistencia
La controvertida anexión de la República a España en 1861 encontró a Monción como un patriota maduro, curtido en batallas y profundamente consciente del valor de la independencia. Su corazón no podía aceptar que, tras tantos sacrificios y victorias, la bandera dominicana se arriara ante el trono de una potencia extranjera. El 21 de febrero de 1863, cuando Santiago Rodríguez encabezó el movimiento insurreccional de Guayubín, Monción estaba allí, fiel a sus convicciones y dispuesto a arriesgar todo por la libertad.
Aunque aquel primer levantamiento fue sofocado por las fuerzas españolas, el fuego de la resistencia jamás se extinguió en el corazón de Monción. Exiliado temporalmente en Haití, utilizó ese tiempo no para lamentar la derrota, sino para planificar el regreso triunfal. Desde el territorio haitiano, hostigó sin descanso a las fuerzas españolas, manteniendo vivo el pulso de la insurrección y demostrando que un verdadero patriota nunca acepta la derrota como definitiva.
Capotillo: el momento que definió una vida
El 16 de agosto de 1863, cuando el grito de Capotillo resonó como un trueno libertario en las montañas dominicanas, Benito Monción estaba exactamente donde debía estar: entre los primeros en responder al llamado de la historia. Junto a José Cabrera, Santiago Rodríguez y Pedro Antonio Pimentel, participó en ese momento épico que marcaría el inicio de la Guerra de la Restauración y cambiaría para siempre el destino de la República Dominicana.
El noroeste, esa región que conocía como la palma de su mano, se convirtió en su escenario natural de operaciones. Desde Guayubín hasta las riberas del Yaque, su nombre infundía ánimo renovado a los patriotas y un temor justificado a los invasores españoles. Como comandante de armas, dirigió las primeras resistencias contra el temible general español José de la Gándara cuando este desembarcó por Montecristi en 1864, demostrando que el conocimiento del terreno y la determinación patriótica podían compensar las desventajas materiales.
Más que un soldado: el caudillo de la frontera
La Guerra de la Restauración no solo devolvió la soberanía a la República Dominicana, sino que consolidó definitivamente a Monción como líder indiscutible de la región noroeste. Su autoridad en la Línea Noroeste era incuestionable, construida sobre cimientos sólidos de respeto ganado en combate y lealtad demostrada en momentos críticos.
Su estilo de liderazgo reflejaba su formación fronteriza: práctico, directo y profundamente humano. Para Monción, el mando no era un privilegio que se exhibe, sino una responsabilidad que se ejerce con el ejemplo personal. Esta filosofía le granjeó una lealtad inquebrantable entre sus hombres y el respeto incluso de sus adversarios políticos.
Las complejidades del liderazgo político
Como todo caudillo forjado en la intemperie de la frontera, la carrera política posterior de Monción estuvo marcada por las realidades complejas de la República Dominicana del siglo XIX. Secundó a Pedro Antonio Pimentel en el derrocamiento de Gaspar Polanco, luego se alzó contra el propio Pimentel apoyando a José María Cabral, para finalmente rebelarse contra este último.
Estas aparentes contradicciones, que algunos críticos interpretaron como incoherencia política, reflejaban en realidad la mentalidad pragmática de un líder regional que siempre buscaba colocar su influencia donde creyera que la región y la República podían fortalecerse. En un país fragmentado por décadas de guerra civil e intervenciones extranjeras, la supervivencia política frecuentemente requería alianzas tácticas que trascendían las ideologías puras.
El último servicio de un patriota
En 1879, Monción fue nombrado gobernador del distrito marítimo de Montecristi, posición que ejerció con el estilo personalista que caracterizaba su liderazgo. Allí construyó lo que sus críticos llamaron un «feudo político», pero que en realidad representaba una forma de autoridad basada en el respeto personal y la eficiencia administrativa más que en el protocolo burocrático.
El 6 de febrero de 1898, en Guayubín, Montecristi, se apagó la vida de Benito Monción. Con su muerte, la Línea Noroeste perdió a un líder que durante más de cinco décadas había sido su centinela más vigilante y su espada más dispuesta. El 24 de junio de 1972, mediante decreto del presidente Joaquín Balaguer, sus restos fueron trasladados al Panteón Nacional, reconocimiento tardío pero merecido al papel decisivo que desempeñó en la defensa de la independencia dominicana.
El legado eterno de un soldado de frontera
Benito Monción no fue un hombre de perfecciones académicas ni de discursos brillantes. Sus contradicciones políticas y su inclinación al caudillismo regional lo convirtieron en una figura compleja, a veces polémica, pero siempre auténtica. Sin embargo, su hoja de servicios en los campos de batalla, desde las gestas contra Haití hasta la expulsión definitiva de España, lo acreditan como un patriota de acción cuyo compromiso con la patria nunca estuvo en duda.
En su comarca natal, su honradez y valor eran tan reconocidos como su carácter recio. No se arrodilló ante el peligro ni cedió al halago de la comodidad. Supo vivir y morir como soldado de frontera, con la mirada siempre fija en la tierra que defendió y el oído atento al rumor de cualquier amenaza contra la soberanía nacional.
Benito Monción representa la esencia del patriota dominicano: el hombre que antepone el amor a la patria por encima de cualquier consideración personal, que encuentra en el servicio militar no una profesión sino una vocación, y que comprende que la verdadera gloria no reside en la perfección moral, sino en la constancia inquebrantable con que se sirve a los ideales más sagrados de la nación.
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