A diario en el mundo despiertan dominicanos cotidianos como tú y sin pensar mucho en lo que laboran, hacen una diferencia en la sociedad de cuál forman parte. Pero el medio no le da espacio a esas historias de perseverancia que son patrones a seguir, sino que les da méritos a las estrellas por el hecho lucrativo. Esta nueva sección, Yo soy Esencia Dominicana, está dedicada a ser un espacio en cuál destacar la aptitud de los dominicanos sin ser Óscar de la Renta, Zoé Saldaña, Manny Pérez, Amelia Vega o David Ortiz. Y siendo fiel a nuestra misión de exaltar la dominicanidad, con este espacio Esendom, logrará resaltar el impacto positivo en la comunidad en cuál viven.
Intro por: Emmanuel Espinal
Por Rubén Valdez
Traducido por Emmanuel Espinal
Yo creo no soy diferente a muchos otros Latinos de mi edad, en cual el padre no está presente por las responsabilidades de trabajo. Yo tengo 33 años de edad y puedo decir que fue mi madre que me crió. No por quitarle méritos a mi padre, pero su presencia hacía falta ya que trabajaba demasiadas horas. Mi madre era ama de casa y por ende interactuaba más con nosotros.
Mientras más viejos mis hermanos y yo nos poníamos nuestro padre jugaba un papel más directo en nuestras vidas. Él nos envolvía en su trabajo y comenzamos a pasar más tiempo con él. Fue un poco sorpresivo para nosotros porque él nos trataba mejor cuando lo veíamos menos. El trataba de imponer una disciplina muy diferente de la que estábamos acostumbrados. Aprecio que él nos inculcó una cosa en nosotros. Que pertenecíamos a “un grupo de minoría” y por eso debíamos trabajar más duro que los demás. No porque éramos inferior a alguién más, sino que nos veían como inferior por ser quienes éramos y de donde veníamos. Eso fue lo que hicimos. Estudiamos arduamente y trabajamos fuertemente, aunque nos perdiéramos funciones familiares. Era lo que debíamos hacer para no quedarnos atrás. Mi hermano y yo conversábamos que íbamos hacerlo en ese tiempo para después poder tener una vida más ligera cuando tuviéramos nuestros hijos. Siempre quisimos ser parte de las vidas de ellos en una forma más visible comparado a como nosotros crecimos.
Las cosas no salieron como queríamos. Teníamos nuestro negocio familiar y nuestra presencia era necesaria para que corriera debidamente. Era una situación agridulce por la soberanía que teníamos, pero no pasábamos tiempo como familia fuera del trabajo. Yo me casé con una mujer maravillosa, para complicar las cosas aún más allá. Como yo, ella creció en un hogar donde su padre estaba envuelto en su propio negocio. Yo le prometí no hacerla pasar por esa situación como mi esposa, ni a ella ni a nuestros hijos. Los años pasaron y yo estaba pasando tanto tiempo en el trabajo que ya me soñaba con él. En el 2014 tuvimos a nuestro primer hijo, en 2016 nuestro segundo.
Nos mudamos en el 2015 a un lugar más lejos de mi empleo y mi viaje a diario se duplicó. Ese tiempo estaba interfiriendo con poder pasar tiempo con la familia. Presentí que el 2017 iba a ser diferente desde el principio. Que aparte del panorama político y su desenlace, en un nivel personal iría a tener experiencias que no había tenido antes. Después de muchos años mi familia vendió el negocio. Yo he estado en casa desde el 7 de abril, y ha sido una bendición el pasar más tiempo con mi familia. Amo que mis hijos puedan verme más y poder ayudar a mi esposa con los quehaceres de la casa. No tendría sentido que ella continuara trabajando, en esa situación, ya que las guarderías de niños son unos de los negocios más lucrativos que hay. Las tarifas de las guarderías son exorbitantes.
Concedo que no puedo decir que me empatizaba con mi esposa ya que ella se estaba quedándose en casa con los niños. Yo tenía expectativas muy altas que no estaba logrando ser cumplidas; como un regalo ella me pidió que me quedara con los barones por una semana, haciendo todo lo que ella hacía. Como mi madre logro mantener todo bien, yo pensé, “¿qué tan difícil podrá ser?” Yo estaba tan seguro que podría hacer un mejor trabajo que ella, hasta talvez darle unas cuantas lecciones.
Comencé el lunes y no tenía la voluntad de seguir el martes. Me levante a las 6:30am porque mi hijo de siete meses estaba llorando. Estaba conforme ya que podría lograr hacer más cosas temprano. Mi esposa se fue a casa de sus padres para que estuviéramos solos los niños y yo. Les hice el desayuno, los bañé y traté de ser eficiente al pasar el día. Ellos tomaron su siesta, les leí, pero estaba trabajando arduamente. Cuando alguien dice los terribles dos (referencia a edad), quieren decir destructible. Para ponerle más leña al fuego mi hijo de dos años comía lentamente. Yo estaba perdiendo el apetito junto con la paciencia. Asegure que la casa estuviera limpia, me sentía como un malabarista. Mientras más largo se hacia el día, menos cooperaban los niños. Al legar la noche, se durmieron una hora más tarde lo que usualmente lo hacían.
Adquirí un respeto por el trabajo que mi esposa estaba desempeñando con ellos y los quehaceres del hogar. Llegue a la realización de que yo también debo hacer un mejor esfuerzo para criar a nuestros hijos, en hombres de bien, y para yo ser mejor padre e esposo. Al contrario de lo que mi padre me dijo cuando era adolescente. Yo disfrutaré del tiempo con mis hijos y de tener el mayor impacto en sus vidas mientras estén pequeños. No me quiero perder de nada que tenga que ver con ellos, ni que me hagan falta. No menospreciando lo que hizo mi padre, pero si podemos corregir los errores que cometieron nuestros antepasados, deberíamos trabajar arduamente en hacer lo correcto.