Por Graciela Azcárate
20 de marzo de 2019
«Yo no tengo otro paisaje que no sea el que yo conozco, del cual provengo. Los personajes de mi literatura reflejan lo que le acontece a los seres humanos en una sociedad o un régimen totalitario. Y yo creo que este no es un tópico que yo escojo, más bien es uno que mi vida ha escogido por mí. Yo no tengo esa libertad para escoger. Yo no puedo decir: Yo quiero escribir sobre esta cosa o sobre aquella cosa. Yo estoy limitada a escribir acerca de lo que me preocupa y de las cosas que no me dejan estar en paz».
Herta Müller
El 8 de octubre de 2009, el premio Nobel de literatura fue otorgado a Herta Müller, escritora rumana, hija de alemanes suabos, nacida el 17 de agosto de 1953, en Nitichidorf.
En una de las primeras entrevistas mientras se reponía del asombro por el premio dijo: «No sé si el premio tiene que ver con que se cumplen veinte años de la caída del régimen comunista. Pero todo lo que he escrito tiene que ver con que tuve vivir treinta años bajo una dictadura. Lo más importante de todo esto es que, para la gente que ha vivido en las dictaduras las cosas no terminan. Cuando cambian los tiempos hay gente que murió como víctima de la dictadura, tuve amigos que murieron y la caída de la dictadura no los revivió».
Cuando ese 8 de octubre le dieron el premio sentí que de alguna manera, una ínfima parte de ese premio, no el metálico, sino el símbolo de premiar a una escritora amordazada durante 30 años, era un reconocimiento para todas las escritoras, periodistas, ensayistas, cronistas, poetas o simples escribas del mundo.
La festejé a la rumana y me festejé como si fuera la premiada, y en lo más intimo sentí que todo lo que había comunicado, grabado, dibujado o escrito a lo largo de más de treinta años sobre las mujeres, me era reconocido y retribuido no por los otros sino dentro de mí misma. Y que como esas organizaciones que exponen su visión, sus objetivos y sus alcances, la vida cobraba sentido, porque escribir es responder a una necesidad visceral y la rumana era un ejemplo de perseverancia y tenacidad que al fin tenía reconocimiento.
Que el premio a la escritora censurada durante 30 años es una prueba de que las obsesiones, los empecinamientos, las obstinaciones son la manera intima que tenemos las mujeres de vivir la realidad, de expresarla, de meditarla, de combatirla y porque no, de volverla a parir, distinta, como si en cada preñez y en cada parto nosotras pudiéramos mejorar el futuro…y volverlo a dar a luz.
Es posible que el premio Nobel de la paz otorgado al presidente Obama haya dejado en la sombra el merecido premio a Herta Müller. Es decir, si no fuera por el ataque mediático muy bien instrumentado por la derecha norteamericana las mujeres del mundo deberían estar festejando. Pero no. Estamos como siempre invisibles y silenciosas esperando tal vez que los hombres nos aprueben, que nos den la cuota, que nos den permiso. Pero es mentira, nadie nos va a dar nada a menos que insistamos en «escribir de esas cosas que no nos dejan en paz».
Después de la sorpresa que le provocó el premio, Herta Müller ha dado un puñetazo certero. Sin ir más lejos existe en la red una entrevista hecha por una periodista uruguaya en un encuentro de literatura femenina en Ecuador en 1998 y otra realizada por un periodista cubano en el año 2006 que son muy interesantes. Entre los dos entrevistadores, se establece un diálogo acerca de lo que va a pasar en Cuba cuando salga del largo encierro castro-estalinista, lo que vive Rusia después de la Perestroika y su futuro y la realidad de Europa del este después de veinte años del derribo del muro de Berlín.
Imbatible, lucida, terminante en esa misma fecha les dijo a los alemanes responsables de la feria de Frankfort que era una vergüenza que los chinos fueran los invitados y les recordó la represión de Tianamen.
Es un premio importante para todas las mujeres, para la literatura y sobre todo para las escritoras que padecen un especial encierro.
Esta crónica no es un resumen de vida de la escritora, no es un análisis sesudo, es una celebración para todas las mujeres. No importa profesión, condición social, etnia, edad o continente. Las mujeres de por si deben celebrar este premio como propio. En mi caso fue una celebración especial, porque desde hace 30 años no sé porque sino del destino leo, releo, persigo, husmeo como una perra de caza la escritura de distintas mujeres, en distintas épocas pero siempre en esa Europa oriental que les impone cerrojos, limites, censuras y pesadas restricciones.
Su vida y obra
Herta Müller nació el 17 de agosto de 1953 en Nitchidorf, Banat un lugar de habla germana en la región de Timisoara en Rumania, hija de unos granjeros alemanes. Su padre y tío fueron soldados nazis de la Waffen y su madre fue deportada a la Unión Soviética en 1945 donde pasó cinco años en un campo de trabajo en Ucrania
Estudió filología germánica y rumana en la Universidad de Timisoara entre 1973 y 1976.
Formó parte de un grupo de escritores rumano alemanes llamado Aktionsgruppe Bannat, trabajó como traductora técnica entre 1977 y 1979 en una empresa y como se negó a informar a la Stassi fue despedida.
Subsistió empleada en una guardería e impartiendo lecciones de alemán, siendo acosada e interrogada por la Securitate del estado.
Su primer libro, la colección de cuentos Niederungen, fue publicado en 1982 en Rumanía, pero la versión fue censurada como muchas otras obras de esos momentos; dos años más tarde se imprimió entero en Alemania mientras en ese mismo año aparecía Drückender Tango, un libro muy crítico también con la corrupción, la intolerancia y la opresión del régimen comunista de Nicolae Ceausescu a causa de esto se le prohibió seguir publicando en su país, aunque sus libros triunfaban, se premiaban y eran muy comentados en Alemania y Austria, contra la unánime oposición de la prensa oficial rumana.
En 1987, Herta Müller logró exiliarse y marchó a Alemania con su marido, el novelista Richard Wagner.
Su escritura se basa en relatos acerca de las duras condiciones de vida en ese país bajo el régimen comunista de Nicolae Ceausescu, pero su tema principal es cómo una dictadura deteriora y rompe toda forma de relación humana.
El 8 de octubre del 2009, se anunció que había ganado el premio Nobel de Literatura que reconocía su capacidad para describir «con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los desposeídos».
Una entrevista emblemática con un periodista cubano
En la reunión con el periodista cubano Carlos Aguilera, cuenta que: «apareció con una boquilla color nácar, un abrigo de piel de conejo y una línea negra gruesa alrededor de todo el ojo, en la puerta de la Literaturhaus de Berlín. Sus gestos, su ironía, su acento, delatan a esa persona que confiesa sentirse sobre todo rumana, «rumana antes que alemana», aunque su idioma literario y materno sea el alemán, y que ha ganado algunos de los premios literarios más importantes que se conceden ahora mismo en Europa».
En libros como «La piel del zorro», «El hombre es un gran faisán en el mundo», «La bestia del corazón», hay una gran tensión entre escritura, política y la vida cotidiana que se establece bajo los regímenes totalitarios. Cuando el periodista le preguntó si era consciente de esta tensión dijo: «Teóricamente no puedo explicarlo. La literatura es un espejo de la cotidianidad y, por ende, de la política. La política entra en la vida cotidiana y, aunque no se convierta precisamente en ésta, ella misma es ficción. Sólo se puede escribir literatura a partir de lo vivido, de la experiencia. Por ejemplo, nunca he escrito sobre un interrogatorio de la policía secreta, pero después de haber pasado por cincuenta de éstos, sé de qué hablaría si lo hiciese. Por desgracia, las personas que han vivido bajo dictaduras han tenido que aprender de forma muy concreta que la literatura tiene que ver con la realidad y que tal vez, también, cumple una tarea, aunque no lo pretenda. Describe realidades, realidades inventadas, y con ello interviene en la vida de los que leen esos libros. Así lo he sentido siempre. He aprendido mucho de los libros. He leído —y eso de seguro lo ha vivido muchas personas— a determinada edad un determinado libro que, de repente, se volvió muy importante y me abrió los ojos.
(…) «Por ejemplo, Thomas Bernhard describió para mí de manera más concreta el banat rumano y su minoría alemana que cualquier otro escritor de cualquier otro lugar. O García Márquez, con sus «Cien años de soledad». Macondo era para mí Nitzkydorf, porque era un pueblucho similar con mucha soledad dentro. O aquel páramo en «El otoño del patriarca». No en balde, algunos países sudamericanos estaban también marcados por dictaduras».
El mundo dictatorial es ante todo un mundo de fronteras. En sus libros, los personajes muchas veces dan la impresión de que se encuentran asfixiados precisamente por el peso de esta frontera: «En las dictaduras todo está muy desnudo, uno ve todo lo que no debe ver o aquello que en otras sociedades no está a la vista con tanta nitidez. Y uno ve también cómo repercute esto en la literatura. Sobre todo en negativo: apenas has descrito algo y ya viene la policía secreta. Es el miedo de los aparatos represivos frente a la literatura, frente a la urgencia con que se leen los libros. Y es que bajo las dictaduras las fronteras de las personas son trazadas intencionalmente y vigiladas por los aparatos represivos. Tienen una finalidad. Ésta consiste en prohibir la libertad, impedir que surja la idea de libertad. La función de esas fronteras es dañar a las personas, destruirlas psíquicamente, hacerlas dependientes del miedo, domarlas. Funciona en cada dictadura, precisamente porque éstas trabajan el día entero en esa dirección, perfeccionan cada vez más su método hasta reducirlo al absurdo, hasta que se viene abajo por sí mismo. Pero las dictaduras eurorientales colapsaron, implosionaron, no explotaron».
«Creo que, en parte, reventaron a causa de su delirio perfeccionista, del delirio de afinar tanto la represión que había un sector creciente de la sociedad que no era productivo, que sólo se dedicaba a la vigilancia, que generaba persecución y temor. La única labor productiva que merecía la pena era la fabricación del miedo y, al final, sólo se tenía un montón de miedo. La industria era un depósito de chatarra; la agricultura estaba destruida. Así les había ido también a los soviéticos. Al fin y al cabo, los soviéticos no disolvieron su imperio por altruismo o por bondad, sino porque sencillamente ya no había modo de solventarlo».
(…) «Bajo las dictaduras de Europa Oriental la pobreza era un instrumento al servicio de la opresión, como la policía secreta, el ejército o el partido. Creo que así mismo es en los estados teocráticos. A la pobreza se añade el analfabetismo. A decir verdad, el analfabetismo en Rumanía no era tan alto; la mayoría de las personas sabían leer y escribir. Pero de qué sirve eso si la mayoría no entendía absolutamente nada. Conocían las letras, pero cuando has sido educado para no pensar, eres analfabeto de otra manera».
(…) «Trabajé tres años en una fábrica de maquinarias. Allí todo estaba cementado, la vida estaba cementada, y he visto cómo viven las personas en un mundo así, casi congelados a merced del viento junto a una jodida banda transportadora dentro de una nave sin calefacción donde las ventanas no tenían paneles de vidrio. Tenían que empezar a tomar alcohol desde por la mañana para desentumecerse los dedos. Y había que romperse el lomo. Muchos llevaban ya 30 o 40 años trabajando en ese lugar; aldeanos que debían levantarse a las dos de la madrugada, caminar hasta alguna estación de trenes y viajar cuatro o cinco horas hasta alcanzar la fábrica. Una vez allí trabajaban hasta las cinco de la tarde y luego regresaban en tren hasta la estación. Llegaban a sus casas a las diez de la noche, muertos de cansancio. ¿Qué vida es ésa?»
(…) «No se producía nada, no había nada, nadie llegaba a viejo. Cuando los obreros alcanzaban la edad de retiro ya estaban enfermos y, un poquito después, muertos. Por entonces esa situación me aterraba sobremanera y me hacía sentir respeto por aquella gente
Cuando el periodista le comento que la vinculaban con Cuba dijo:
«Castro habla más tiempo que Ceaucescu. Ceaucescu pronunciaba un discurso cada dos días, y sus decretos aparecían constantemente en la prensa. Yo siempre los leía, pues quería saber qué había vuelto a hacer. Siempre era algo que iba contra la vida y uno debía leerlo para enterarse. Muchos amigos me confesaban que ya no podían. Yo les respondía sí, sí, pero por eso ignoras lo que acaba de hacer esta vez. Ese lenguaje era insoportable, repulsivo. Y así eran también los funcionarios que hablaban esa jerga en la fábrica. Las constantes reuniones eran horribles, casi inaguantables. En cambio, el idioma nacional era la lengua que llevabas dentro, intrínseca, aquella poesía, toda aquella superstición. He hecho ya el intento de separar ambas cosas, pero no siempre es posible. Naturalmente, el lenguaje estatal infecta el idioma, y cuanto más dura una dictadura, tanto más lo infecta. Sin embargo, no logra hacerlo del todo. Siempre queda una parte incólume. Y eso nunca ha dejado de interesarme».
En su primer volumen de cuentos cortos en 1982, un informante y crítico literario cuyo código como chivato era Voicu, escribió un informe lleno de desprecio en contra de la obra de Muller a sus jefes en la Securitate.
Dos cuentos enfurecieron al chivato. En el cuento «El baño de Swabian» que se publico en un periódico, la autora describía como las familias swabian de descendencia alemana se bañaban con la misma agua una tras la otra y así calentarla, ya que solo la elite comunista tenían el privilegio de bañarse con agua caliente.
El Chivato alegaba que las gentes se quejaron al periódico por dicha ofensa a las familias rumanas de origen alemán.
El chivato Voicu estaba más preocupado por la descripción de la «moral socialista» y formas de vida de apariencia honorable, en el cuento: «Mi Familia», decía que las familias swabas se presentan como depravadas, sin conducta moral y en donde los hombres tienen hijos fuera del matrimonio, explota cuando en el cuento «Crónicas de una Villa» Muller describe la pobreza, el alcoholismo y la desesperanza en un pueblecito rumano-alemán, acusándola de nepotismo.
En un intercambio muy sustancioso entre el cubano y la rumana, los dos hacen un paralelo entre el régimen del comunista rumano y los artículos y comentarios similares que se han vertido sobre aquellos que han denunciado las mismas cosas en Cuba, como por ejemplo, el jineterismo. Cuando en una rueda de prensa le preguntaron qué tiene que ver con Cuba, Herta Muller, la respuesta fue: ¡Todo! Ella misma lo dijo de la siguiente manera:
«Yo creo que hay una literatura a través del mundo, la literatura biográfica que corre paralelamente con los sucesos extremos y paralelamente a las vidas de los autores. Por ejemplo, en la década de los 50, el Gulag estaba presente, de cierta manera, en el este de Europa, como por ejemplo, los campos de trabajo forzado. Como en los tiempos del Socialismo Nacional de la era de Hitler con la destrucción de los judíos; un tópico del cual muchos autores lo han descrito como paralelo a sus propias biografías. Yo creo que este tipo de literatura existe desde Cuba hasta la China».
Nota: Esta historia de vida fue escrita en octubre de 2009- La he reescrito para ser publicada en ESENDOM.
Santo Domingo, Viernes, 8 de febrero 2019.
Fuentes: Herta Müller: «El faisán rumano ha estado siempre más cerca de mí que el faisán alemán» Entrevista de Carlos A. Aguilera. Traducción de Jorge A. Pomar
(Fragmento)* El autor de la entrevista es cubano (N. de la R.)
Fuentes: http://www.laotrarevista.com/2009/10/entrevista-con-herta-muller/