Por Graciela Azcárate
19 de septiembre de 2018
Historia de vida
«Moriré a los setenta años, porque después sólo hay dolor»
Nina Simone
«Su participación en la lucha por los derechos civiles no fue motivada por un deseo ardiente de ver a su gente liberada. Había algo mucho más personal en ese compromiso: el deseo de venganza contra un mundo, el de los blancos, que había destrozado el sueño de su infancia de convertirse en la primera concertista clásica negra»
David Brun Lambert
Su nombre real era Eunice Kathleen Waymon, hasta que en un tugurio de Atlantic City, en los cincuenta la bautizaron como Nina Simone.
Era la sexta hija de de ocho hermanos en una familia de un obrero manual y una sirvienta doméstica que cantaba en una iglesia metodista.
Nació el 21 de febrero de 1933, en Carolina del Norte. Tenía tan sólo cuatro años cuando tocaba el piano y junto con sus hermanas cantaba en el coro de la iglesia metodista que su madre dirigía.
Era descendiente de esclavos africanos y entre sus ancestros también hubo sangre irlandesa e india. Su padre, John Divine Waymon, se dedicó durante un tiempo al mundo del espectáculo: cantaba, bailaba y tocaba la armónica, hasta que su familia creció, entonces se empleó en una tintorería y trabajó como barbero para salir adelante. La madre, Mary Kate, tocó el piano para él en alguna ocasión, aunque luego se hizo ministra de la Iglesia metodista y rechazó todo lo que no fueran espirituales religiosos.
A los diez años, en 1943, dio su primer concierto de piano en la biblioteca de la ciudad. Ahí conoció el primer aplauso y también el racismo pues sus padres fueron desalojados de la primera fila para dar lugar a los blancos.
La ayuda económica de su profesor de música y de la comunidad negra le permitió estudiar en la escuela de música «Juilliard» de Nueva York, y de allí con su familia se trasladó a Filadelfia, donde aplicó a una beca para el Instituto Curtis pero fue rechazada por ser negra.
Aunque de formación pianística clásica, para mantener a su familia tuvo que empezar a trabajar en 1954 en un club de Atlantic City como pianista y cantante.
Cuenta su biógrafo David Brun-Lambert que, «en un bar húmedo con el suelo cubierto de aserrín para secar el alcohol vertido», fue donde Eunice la niña prodigio de Carolina del Norte se convirtió en Nina Simone.
Nina por «Niña», el sobrenombre con el que la llamaba un novio latino, y Simone como homenaje a Simone Signoret, la actriz francesa a la que había visto en «París, bajos fondos» en un cine de su barrio.
El propietario del tugurio en Atlantic City la obligó a cantar como condición para mantener el empleo. La hija de la reverenda que soñaba con ser interprete clásica tocaba cada noche un repertorio que su madre hubiera incluido sin dudar entre «la música del diablo».
Acompañada de su piano fue modulando una de las voces más personales del siglo XX, y marcó las décadas de los años sesenta y setenta grabando en 1963 «Maldito Misisipi» para denunciar la violencia racista tras conocer que un joven ciclista negro había muerto por una paliza que le propinó un grupo de blancos.
En 1959 grabó sus primeros discos y se dio a conocer por su talento como pianista, cantante, adaptadora y compositora. Algunas canciones se convirtieron en clásicos de su repertorio como I Love You Porgy, de la ópera Porgy and Bess, de Gershwin.
De pronto esa versión la convirtió en una estrella, vendiendo un millón de copias y procurándole dinero por la interpretación. Su repertorio se llenó de jazz, gospel, blues, soul, música clásica y canciones populares de origen diverso, recorriendo una gama muy amplia en su repertorio en «una amalgama totalmente personal, cálida y de enorme expresividad».
Militante del movimiento de Panteras Negras, un tema suyo «Joven, dotado y negro», inspirada por Lorena Hansberry, se convirtió en el himno afroamericano.
Cansada del racismo y de las conspiraciones del mundo musical americano, decidió abandonar el país en 1969, tras el asesinato de Martín Luther King, Jr. En 1974, vivió en Barbados y durante los años siguientes vivió en Liberia, Suiza, París, Holanda hasta radicarse definitivamente en el sur de Francia.
Eunice Waymon ambicionaba convertirse en la primera concertista negra de piano de Estados Unidos, pero fue rechazada en el conservatorio Curtis y de esa decepción nació Nina Simone, una de las grandes divas del jazz, retratada en un profundo y amplio trabajo biográfico de David Brun-Lambert.
«La vida a muerte de Nina Simone» cuenta su turbulenta existencia hasta su muerte en Francia.
«Dura, combativa y caprichosa, siempre sospechó que el color de su piel le cerró las puertas del conservatorio musical de Filadelfia, ciudad a la que había viajado desde el profundo sur gracias al dinero recaudado por su comunidad, en la que su madre ocupaba un lugar destacado como reverenda baptista».
Su vida está recorrida por un misterio que David Brun-Lambert sólo desvela al final del libro, y que explica la causa última e íntima de la tormentosa existencia de una de las grandes divas de la canción del siglo XX.
«Su música me acompañó durante años, esas canciones me tocaban íntimamente como las de ninguna otra cantante. Escribiendo el libro descubrí más cosas, a una mujer dividida entre fuerzas opuestas: una infancia en un ambiente religioso, el deseo de convertirse en la primera concertista clásica afroamericana, la experiencia de sufrir el racismo, su primer éxito, su lucha en el movimiento por los derechos civiles, sus accesos de locura y, finalmente, una larga recaída hasta su muerte, lo que la convirtió en un personaje trágico».
«Era capaz de comprometerse con la justicia social hasta poner en peligro su carrera y su propia vida, pero a la vez tan avara que sus músicos recibían un salario miserable».
Todo lo cuenta esta biografía, que reconstruye la búsqueda vital de una artista que ansiaba una serenidad que nunca obtuvo e investiga las claves de la complicada personalidad conflictiva que la llevó a muchas decepciones amorosas, a litigar con el Fisco de su país y con las discográficas de medio mundo.
Cuando conoció a Lorraine Hansberry, una figura de la vida intelectual negra del Village neoyorquino esa influencia despertó su conciencia política y de clase.
Aunque su marido y manager, Andy Stroud, intentó apartarla de la política, ella entró de lleno en la lucha: «Decidí consagrar tanto tiempo como la lucha necesitara a que los negros obtuvieran justicia, libertad e igualdad ante la ley y lo haría hasta conseguir la victoria final», escribió en su autobiografía, I Put a Spell on You, publicada en 1992.
Empieza a escribir sus primeras canciones protesta, que se convirtieron en una constante a partir de entonces. Nacían de la furia interna que le provocaban los acontecimientos que estaba viviendo la comunidad negra, pero también de su propia situación personal: casada con un hombre que se preocupaba más por sus negocios que por ella, peleando con la industria discográfica y sufriendo su propio carácter, que le llevaba a reaccionar de forma violenta y agresiva.
En los setenta dejó EE.UU tras negarse a pagar impuestos en protesta por la guerra de Vietnam. Separada de su marido y distanciada de su hija, vivió en Barbados, Liberia, Holanda, Francia y Suiza.
«Comenzaron dos décadas de vagabundeo a través de circunstancias trágicas que culminaron, a principios de los noventa, con un inesperado regreso».
Cuenta su biógrafo que el origen de semejante inestabilidad, visible en sus reacciones enfurecidas en algunos de sus conciertos, lo descubrió a fines de los ochenta cuando fue diagnosticada como bipolar.
«Su enfermedad, desconocida durante tantos años, fue central en su arte: explica la extraordinaria intensidad de sus interpretaciones. Asimismo, explica sus numerosas depresiones. En resumen, Nina estaba loca y esa locura fue la base de su caótica trayectoria y de los aspectos más destacables de su trabajo»
«Moriré a los 70 porque después sólo hay dolor», dijo y lo cumplió el 21 de abril de 2003, en el sur de Francia en que se murió mientras dormía.
Santo Domingo, martes 28 de agosto 2018.