Historia de vida
Por Graciela Azcárate
15 de agosto de 2018
«Todo lo que he conocido. Tú me lo escribirás. Para recordármelo,
Con cartas, y yo también lo haré.
Te diré todo tu pasado»
Holderlin: «i desde la lejanía».
«Algún día, en alguna parte, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo y ésa, solo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas».
Pablo Neruda
Represión en las calles de Buenos Aires. Golpe de Estado en Argentina. 24 de marzo 1976.
El domingo 22 de agosto de 2010, tempranito, mientras tomaba mate, regaba las plantas y daba la última mirada al texto que envío al periódico digital en el que colaboro, descubrí en el macetero del balcón una tomatera. Una plantita fragante, vigorosa, repleta de tomates. Me emocioné. Un milagro. Como esas campanadas que tocan arrebato cuando algo maravilloso llega, como la llegada de un hijo, o el amor de puntillas y por sorpresa… eso que nos estremece cuando aparece alguien que es un bálsamo para el corazón.
Hace un año, un 22 de agosto del 2009, igualito que esta mañana, a tres meses de haber perdido el empleo, triste y en duelo, mientras tomaba mate, regaba las plantas y recordaba el sueño donde Emilio me preguntaba si era alondra o colibrí, recomponiéndome de las heridas de guerra descubrí, ¡oh milagro de la naturaleza! una planta de ají preñada de frutos.
Tres meses antes, a días de haber vuelto a casa, como un alma en pena, recorrí la casa, regué las plantas, puse abono, dispuse que, para recomponer «mi corazón partio» iba a darle de comer a la nenita que albergo en mi osamenta de señora mayor.
Esa niña que las mujeres llevamos dentro y que Jose Martí decía que bien tratada es el pasaporte para una anciana felíz.
En una entrañable carta a su hija clandestina María Mantilla, desde Cabo Haitiano le dice: «Mira a una mujer generosa: hasta de vieja es bonita, y niña siempre, - que es lo que dicen los chinos, que solo es grande el hombre que nunca pierde su corazón de niño».
A la niña mía le encanta comer. Le gusta y come de todo, es una nena gratificante. Las mesas con manteles, velas y bandejas llenas de comida la hacen levitar. Es adicta a las naranjas, a los caramelos de leche Cremalin y a los vasos de avena con leche helada, esos que le preparaba la tía Flora en las tardes de verano y bicicletas.
Como en esos días la niña mía y yo andábamos de capa caída, decidí levantarle el ánimo y sobornarla con frijoles y un arroz con coco que sé que la desquician, así es que en algún momento después de un sofrito eché los restos de un corazón de ají al macetero del balcón.
Vagué sin horarios y en duelo por lo perdido hasta que unas semanas después, como el milagro del domingo pasado aparecieron esos brotes de ajíes pequeños, pintados con el verde de la esperanza.
Recordé a mi amigo cubano, que en sueños me preguntaba cosas en la madrugada y el milagro de la plantita me hizo que le respondiera y de «una sola sentada» como diría Juan Bosch, escribí un cuento en su memoria.
Si. De pronto, como el retoño del ají escribí «Querido Emilio» de un tirón, de golpe y de un solo pujo. Y cuando lo terminé, lo leí y me gustó, cuando volví a mirar la plantita altiva preñada de ajíes me acordé de Jorge Luis Borges cuando dice: «Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quien es».
Desde entonces, no he parado de escribir, como si la pena, el duelo y la plantita de ají me hubieran extendido ese documento de identidad, ese pasaporte que es el don con el que he sido bendecida: escribir es eso que me hace saber quien soy o por lo menos para lo que fui destinada.
Como si hubieran quitado el obturador de una fuente de agua desde entonces manaron Querido Emilio, Estrictamente personal, Como la marea, Silencio roto, El silencio de los buenos, Herta Muller o esas cosas de las que no se pueden dejar de hablar, Se que aun me queda una oportunidad, Como Bola de Nieve y un largo texto- rio traducido a historias de vida.
Ocurrió eso que reflexiona la investigadora norteamericana Gina Herrmann cuando entrevistó a las viejas republicanas españolas, ex presas del franquismo:
«En la teoría de la psicología narrativa existe el postulado de que articular una identidad íntegra depende de la capacidad de dar sentido a nuestras vidas por medio de la narración, del relato de historias. O sea, la narración es esencial para forjar una identidad».
Sacudí la pena, la incertidumbre y después de hacer el duelo me tiré al agua de las palabras para que como a la austríaca las palabras me salvaran.
El domingo del 22 de agosto del 2010, como una vuelta a la semilla, después de enviar la Historia de vida al editor, me respondió el relato como si mi madre, mis tías y mis maestras no se hubieran muerto. Como si mis abuelas, la española y la argentina todavía me protegieran con esa resolana de la solidaridad femenina que viene de muy atrás, tal vez de un ancestro matriarcal.
Y cuando me devolvió publicado el escrito, sugerido, mejorado, enriquecido y editado como una mamá diligente que corrige los deberes de sus criaturas pensé que, como mi tomatera preñada de frutos las mujeres de la casa me seguían alimentando, despidiendo y cuidando en el aeropuerto de Ezeiza, en las vísperas de un 22 de agosto de 1978. Rumbo a Managua. Sola pero acompañada por ellas en el pensamiento. Con una torta especial de esas que horneaba la tía Flora y una maletita con gubias, pinceles y pinturas. Aunque tuviéramos mucho miedo a la despedida, aunque pensáramos, sospecháramos y no lo dijéramos de que me iba para siempre y que no nos volveríamos a ver.
Llegué a Managua un 22 de agosto de 1978, el mismo día que Dora Maria Téllez y Edén Pastora tomaron el Palacio presidencial y encerraron a diputados y senadores somocistas en lo que se llamó Operación Chanchera.
(…) «El 22 de agosto de 1978 se llevó a cabo la toma del Palacio Nacional en Managua, Nicaragua. Este operativo llevó por nombre «Operación Chanchera» y fue planificada y ejecutada por un comando guerrillero sandinista. En ese momento se encontraba la Cámara de diputados en pleno discutiendo el Presupuesto Nacional. Era la lucha a muerte en contra de una de las dinastías más crueles de Latinoamérica, la de Anastasio Somoza Debayle. La dictadura de Somoza se caracterizó por la opresión al pueblo nicaragüense y el enriquecimiento ilícito de la familia Somoza y sus allegados. Una dictadura cien por ciento apoyada por los Estados Unidos. El comando sandinista «Rigoberto López Pérez» estuvo integrado por veinticinco guerrilleros con tres responsables: Edén Pastora Gómez (Comandante Cero), Hugo Torres Jiménez (Comandante Uno) y Dora María Téllez (Comandante Dos)»
Nicaragua, Managua, 22 de agosto 1978.
Treinta años después, traicionada la revolución sandinista aquella Operación Chanchera es un triunfo de la decencia y gallardía de algunos nicaragüenses. Cuando busqué a Dora María en la red la encontré madura, canosa, vertical, con los mismos ojos hermosos de hace 30 años cuando la vi con un barbijo rojo y negro que le tapaba la cara, con una boina, con 22 años apenas, subiéndose al transporte que los llevaba después de torcerles el pulso a los somocistas.
Managua, Nicaragua. Comando sandinista, 22 de agosto 1978.
De pronto, me di cuenta que esa fecha, ese 22 de agosto se constelaba. Repetía en mi vida un símbolo, un guiño, un alerta, un ojo que parpadea para señalarme algo importante en la vida.
Si me iba más atrás, otro 22 de agosto de 1972 me cambió la vida. Tenía 24 años, trabajaba en el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y mis compañeros y yo nos quedamos helados de espanto la tarde que anunciaron que habían matado diecinueve jóvenes de nuestra edad. Me cambió la vida para siempre.
Argentina. Base Aérea de Trelew. 22 de agosto 1978.
Era Argentina. Era el sur. Era la Patagonia. Era Trelew. Como esa historia que cuenta Tomas Eloy Martínez de la masacre. A él, también eso que le pasó un 22 de agosto de 1972 en la Patagonia argentina le cambió la vida para siempre.
(…) «El 15 de agosto de 1972, en la postrimería del gobierno dictatorial del General Alejandro Agustín Lanusse, veinticinco presos políticos pertenecientes al PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo); las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros, se fugaron del penal de Rawson en la provincia de Chubut. Seis de ellos lograron llegar al Chile de Salvador Allende. Diecinueve no alcanzaron a subir al avión. Se entregaron luego de acordar públicamente garantías para su integridad física.
El 22 de agosto los diecinueve prisioneros fueron fusilados a mansalva con ráfagas de ametralladoras en la base naval Almirante Zar. Como antes había sucedido en la masacre de José León Suárez, algunos sobrevivieron para contar la historia, para mantener viva la memoria, para no olvidar, ni perdonar«».
Argentina. Base aérea de Trelew. 22 de agosto 1972.
Tomas Eloy Martinez escribió esta crónica para el periódico La Nación:
(…)La madrugada del 22 de agosto, en Buenos Aires, el redactor que cubría la guardia nocturna en la revista Panorama (de la que era el Director) me llamó por teléfono para decirme que estaban llegando cables de la agencia Télam en los que se hablaba de un enfrentamiento en la base naval Almirante Zar, donde estaban presos los guerrilleros que una semana antes se habían rendido en el aeropuerto (…) El gobierno militar exigía, sin embargo, que se publicara sólo la versión oficial. Como pude, traté de dar coherencia al relato de un tiroteo con un saldo impreciso de guerrilleros muertos y heridos, y ningún lastimado entre los custodios. Escribí: «Cuando un Estado elige el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento -instituciones, valores, proyectos de futuro- e impregna de incertidumbre la vida de los ciudadanos».
El entonces capitán de navío Emilio Eduardo Massera llamó al dueño de la empresa que editaba la revista y le exigió que me despidiera.
Algunas semanas después, ya sin trabajo, decidí viajar a Trelew para desentrañar la verdad de los hechos. Llegué a comienzos de la primavera, cuando el tiempo es soleado y el viento amaina.
(…) «Conté esa historia en «La pasión según Trelew«», un libro que apareció a fines de agosto de 1973 y que alcanzó cinco ediciones antes de que fuera prohibido y hasta quemado en la plaza de una guarnición cordobesa. Volví a contarla en el año 2007, cuando el juez federal Hugo Sastre me tomó declaración en la causa que investiga la matanza de los guerrilleros y que produjo, un cuarto de siglo más tarde, los primeros detenidos».
Tomas Eloy Martínez se exilió en 1975, en Venezuela, perseguido por La Alianza Anticomunista Argentina. La famosa Triple A. Fundó una revista, conoció a la que fue su segunda esposa, Susana Rotker, después se fueron como profesores a trabajar a la Universidad de Rutgers. Viudo y enfermo regresó a Buenos Aires en 2007. Tenía un tumor cerebral y los días de vida contados.
Se apuró a escribir los libros pendientes. Se dio cuenta que «La pasión de Trelew» tenía otras lecturas, había que reescribirlo porque «estaba ocurriendo todo, todavía». Como le quedaba poco tiempo de vida le pidió a la escritora Susana Viaux que reescribiera el final de esa historia que vivió treintaisiete años atrás.
El domingo 22 de agosto del 2010, cuando recorrí este continente nuestro al que le siguen «ocurriendo cosas, todavía», recuperé una frase que él cuenta en un encuentro de estudiantes de periodismo la actitud que tomó con el diario La Nación que quería obligarlo a escribir crónicas de cine de determinada manera.
El dijo: «Mi trabajo está en venta, pero mi firma no»
Esas historias de un 22 de agosto son como esos momentos puntuales, esos instantes que se vuelven umbrales. Umbrales que una vez traspuestos te dan vuelta como un guante, te convierten en otra persona, te cambian la vida para siempre.
Pensé en Ana Arendt y su madre presas en el campo de concentración de Gurs, y como ella repiensa y reescribe esa experiencia de ser judía alimentada por el apoyo de su madre treinta años después en Nueva York, en Emilio que vuelve un año después, en Tomas Eloy Martínez, en Dora Maria Téllez, en las cartas- poemas que escribía Holderlin para «contarnos todo nuestro pasado…»
En el macetero no sólo hay ajíes, ahora también hay tomates y desde aquel 22 de agosto en que de una sentada le escribí a Emilio, hay una larga historia- rio sin principio ni final porque los 22 de agosto me siguen cambiando la vida…
Heredera de mis muertos, en esa frontera sin tiempo donde las mujeres, todas, sin distinciones somos avanzada, pioneras, cautivas cautivadas, roturamos tierras, plantamos cereales, hortalizas, flores, frutos, fundamos ermitas, hospitales, alquerías, traemos hijos al mundo, bautizamos hijos, nietos, bisnietos, despedimos hijos, amantes, maridos, seguimos abriendo nuevas fronteras, espacios distintos y mejores no importa que sea una frontera visigoda entre moros y cristianos, una Patagonia de ovejas, viento y fusilados donde un periodista comprueba cómo le cambió la vida porque eligió la decencia, en una isla caribeña entre mulatos, negros y blancas cautivadas y cautivas de sol y guarapo. Porque en definitiva con cada vuelo rasante de alondra mañanera, como diría Emilio, como en una máquina del tiempo se vuelve atrás, se regresa a lo más amado, se trasponen umbrales, una se tutea con el pasado sin resentimiento, vuelven otros 22 de agosto, una no se arrepiente de nada, se vuelve a encontrar con lo más querido, también con lo mas abyecto, se mira atrás sin culpa y aunque duele, sonríe.
Santo Domingo, miércoles 8 de agosto, 2018.
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