La tinta que perdura: los suplementos culturales en Santo Domingo
Por Amaury Rodríguez y Emmanuel Espinal
20 de marzo de 2019
Los suplementos culturales de la prensa dominicana en la década de los años 80s y los 90s formaron más de una generación de creadores del arte y la palabra. Con el tiempo, los suplementos culturales de los diarios, así como otros espacios, iban desapareciendo uno a uno, dejando algunos rastros que todavía están latentes en la geografía cultural dentro y fuera de las fronteras del país caribeño. En esta entrevista, Zaida Corniel, quien acaba de publicar su primera colección de cuentos titulada Para adolecentes, premenopáusicas y especialistas de la salud (Artepoética, 2019), hace un recorrido por esos años de efervescencia periodística en Santo Domingo en medio de una época convulsa donde la prensa impresa ocupaba un rol central en muchos de aquellos aguerridos debates políticos de la Guerra Fria y en la difusión de las nuevas propuestas estéticas y escenas culturales. Además, ejercer el periodismo, Zaida Corniel es profesora de la Universidad Stony Brook en Nueva York. Desde las aulas universitarias, conferencias y portales de la red, Zaida Corniel le sigue dando continuidad al trabajo cultural que desde las páginas del Listín Diario y otros medios de la prensa escrita en Santo Domingo contribuyó a democratizar la cultura en Santo Domingo.
Siempre hay que volver a los orígenes, a la raíz. ¿Qué recuerda del medio donde nació y creció? ¿Cómo impactó su visión del mundo y su carrera periodística?
Yo fui escritora antes que periodista. En Salcedo, hoy provincia Hermanas Mirabal, crecí rodeada de historias. En casa, donde los familiares y en casa de los vecinos teníamos por costumbre reunirnos algunas noches, y mis oídos estuvieron siempre atentos a escuchar a los adultos, a pesar de que se me exigía mantenerme en el área destinada a los pequeños. Pero yo permanecía «comiendo boca», como solía decirse. Era muy imaginativa y Salcedo alimentaba mi imaginación. Mis padres eran comerciantes también y por su negocio, que estaba frente al mercado, desfilaban los más variopintos personajes. A todos, desde muy niña, les asignaba un nombre en secreto de acuerdo a lo que yo creía era su carácter. Creo que ese constante intercambio y estímulo de lo que pasaba a mi alrededor me movían a contar historias. Empecé muy temprano a interesarme por la literatura y el teatro. De algún modo mi padre fue quien me guió por ese camino. Era un gran lector y amante de la buena música, y se ocupaba de que nosotros siempre tuviéramos un buen libro a la mano. No es que hubiera una gran biblioteca en casa, pero sí algunos títulos con los que mi padre se había formado en su temprana juventud. Nombres como los de José Martí, Eugenio María de Hostos, José Ingenieros, José Enrique Rodó, Manuel Gutiérrez Nájera, Ruben Darío, entre los que también figuraban autores salcedenses como Juan Osorio, Laudiseo Sánchez, eran temas comunes de conversación con él, y por supuesto Juan Bosch. Con Cuentos escritos en el exilio se me abrió un mundo que tenía allí ante mis ojos y que tras la lectura de este libro me confirmaba se podía contar. De esa época, además, una de las lecturas que más me impactó fue el volumen Las mil y una noches. Era un tomo hermoso, de tapa dura y creo que con algunas ilustraciones (se le prestó a alguien que nunca lo devolvió, si leyera esta entrevista por favor devuélvalo). Recuerdo que lo leí a escondidas, con una linterna debajo de las sábanas. Se suponía que no era para mí todavía y mi papá se lo había pasado a mi hermana mayor. Generalmente así leía por las noches, porque me quedaba despierta hasta muy tarde y para que no se dieran cuenta me metía debajo de las sábanas. Así leí aquel gran libro, grande en toda su acepción.
Leía todo lo que me cayera a la mano, hasta los periódicos viejos que en la ferretería usábamos para envolver la mercancía. Salcedo además era escenario de constantes manifestaciones políticas; crecí escuchando las historias del movimiento político 14 de Junio (algunos miembros allegados a mi familia); nuestra vecina la doctora Fe Ortega había estado presa en La 40 con las muchachas (así se refería a las hermanas Mirabal cuando hablaba de ellas); desde muy niña asistía a los actos en el parque Duarte del pueblo para conmemorar el asesinato de las hermanas Mirabal que luego de los discursos culminaban con un desfile hacia el cementerio. Son recuerdos que están aún muy vívidos. Recuerdo uno en particular, andaba yo con mi papá en el desfile y este me dijo, señalando a la gente que miraba parada desde la acera, esa gente a lo mejor tiene miedo de mostrar su posición política y por eso no camina con nosotros, porque tienen miedo, todavía vivimos en el trujillato. Más adelante, a inicio de los años ochenta, durante mi adolescencia, el Ateneo Minerva Mirabal de Salcedo desarrollaba una amplia labor cultural en la provincia, de la cual yo fui una de las beneficiadas. Entre sus gestores dos personas fueron de vital importancia para mí, los escritores Emelda Ramos y Pedro Camilo con quienes «tallereaba», como decíamos, y con quienes aprendí a desmontar un texto para reescribirlo. A estos talleres, que se daban en la tiendecita de mi mamá o en la casa de Emelda, también venía Jaime Tatem Brache, otro joven que como yo se iniciaba en la literatura. En esa época el Ateneo ya había formado el círculo literario, el taller de arte y el Grupo de Teatro de Salcedo (GRUTESA), y se invitaban a artistas y autores para darnos talleres. En ese tiempo vinieron artistas y autores de la talla de Frank Almánzar, Virgilio García, Chiqui Vicioso, Reynaldo Disla, Pedro Mir, Manuel Mora Serrano, Diógenes Valdez, entre otros. Con este último, Valdez, hice un taller de cuentos que me marcó para siempre. A partir de ahí dejé la poesía para dedicarme enteramente a la narrativa y un año después, en el 1982, gané el primer concurso literario organizado por el Ateneo con mi cuento Recuerdo después de la muerte. Tenía 16 años recién cumplidos y recuerdo que don Pedro Mir me entregó el certificado de premiación junto a Manuel Mora Serrano quien además había sido miembro del jurado. Ese mismo año entré a la Universidad Autónoma de Santo Domingo con la idea de estudiar odontología, influenciada quizás porque varias primas ya se habían graduado o se especializaban en esa área. En el Colegio Universitario de la UASD cambié de opinión y me registré en lo que siempre me había interesado, en la facultad de Letras.
¿Qué significó para la cultura la apertura democrática luego de la derrota del régimen político conocido como el Balaguerato en 1978?
En el 1978 tenía 12 años, pero sí recuerdo la efervescencia política de esos años. Y, por supuesto, durante mi infancia percibía la represión balaguerista: los toques de queda, La Perrera, la militarización del pueblo, las protestas de los estudiantes del liceo, las bombas lacrimógenas y los culatazos. Como niña no viví esa represión directamente, pero sí fui testigo de ella y en muchas ocasiones sentí miedo. Y, por supuesto, lo típico de aquella época, había que andarse con cuidado. Escuchaba a mis padres decir que no se podía hablar de temas políticos delante de cierta gente. Todavía permanecía ese temor del caliesaje y esto era real, te podía costar la cárcel o la muerte. Con la salida de Balaguer y el arribo del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en el 1978 la sociedad dominicana empezó a respirar aires de libertad después de 48 años de dictadura. Sólo restando los siete meses del gobierno de Juan Bosch, entre 1962-1963, del 1931 al 1978 el país vivió constantes persecuciones e inestabilidad políticas, una guerra civil y la segunda intervención norteamericana. Para contestar tu pregunta traeré primero un recuerdo que guardo como una vieja y preciada fotografía, y que podría retratar ese aire de libertad que respiraba la sociedad dominicana tras finalizar el postrujillismo con Balaguer. En el verano de 1978 —previo al traspaso de gobierno en agosto que, como todos saben, Balaguer y su aparato se resistían a entregar— estaba visitando una tía que vivía en Las Cañitas, un barrio de Santo Domingo, y vi como la gente barría las calles y pintaba las aceras del sector preparándose para recibir la llegada de la democracia. ¡Barrían las calles de Las Cañitas! No puedo olvidar ese gesto de ESPERANZA y autogestión de esta comunidad. Lamentablemente, el PRD se convirtió en un partido más, ahogado en la corrupción, y no llenó las expectativas del pueblo. Con el fin de los doce años de Balaguer, sin embargo, la vida cultural dominicana se revitalizó, porque ya desde antes existían grupos culturales, —que los hubo aún en medio de la trinchera. Hay que recordar el papel de estas agrupaciones en los años sesenta y los clubes que funcionaban también como grupos de resistencia—. La democratización que trajo de vuelta a los exiliados y la liberación de los presos políticos fue sin duda una de las principales causas para esta apertura no sólo cultural sino también en materia de género.
Los ochenta fue la década de la visibilización de las mujeres en la República Dominicana y donde estas jugaron un papel muy importante en el espacio cultural. Por primera vez surgieron colectivos de artistas y escritoras. Tras su vuelta al país desde Estados Unidos Sherezada (Chiqui) Vicioso creó el Círculo de Mujeres Poetas en el 1984; luego Mateo Morrison fundó el grupo poético Mujeres Creadoras (1987). Por otro lado surgieron agrupaciones feministas, Mujeres en Desarrollo Dominicana Inc. (MUDE) y el Centro para la Investigación Femenina (CIPAF), fundadas ambas en el 1980, a la que siguieron otras organizaciones similares. También se formó Las Esclavas del Fogón en La Romana, un grupo de teatro compuesto por mujeres. Por primera vez en la historia musical dominicana nacen agrupaciones de merengueras como Las Chicas del Can y La Media Naranja. Sus merengues contestaban en ocasiones a los de su contraparte masculina que acusaban a las mujeres de abusadoras. Las Chicas del Can llegan a decir en uno de sus temas que «ya que los hombres no pueden que gobiernen las mujeres». En el ámbito literario la mujer no es más la excepción, como lo fue Aída Cartagena Portalatín en la Generación del 48, en los ochenta ellas se consolidaban en colectivos e incluso organizaban recitales en la capital y el interior del país.
¿Cómo ingresa al periodismo cultural?
Puedo decir que ingresé en el periodismo cultural en mi adolescencia, cuando el escritor Pedro Camilo me publicó mi primer artículo en el periódico local Ecos de Salcedo, «Minitertulias entre cristales y plásticos», y en el que describía nuestras tertulias literarias en la tienda de mi mamá. Luego escribí algunas entrevistas para la revista de arte Contemporania. Aunque mi primer trabajo formal en periódicos fue en El Siglo, en 1990, donde empecé a trabajar como correctora de estilo del diario y también del suplemento Realidades. Al año emigré a los Estados Unidos y no sería hasta el 1999 cuando volvería a trabajar en medios dominicanos. Cuando volví a los medios la mayoría de mis antiguos colegas estaban en puestos ejecutivos, me reincorporé en el área de Revistas del Listín Diario, como asistente de edición en Ritmo Social y mis responsabilidades también incluían publicar artículos o entrevistas en Oh Magazine. En Ritmo Social creé la página Ritmo del Arte donde hacía reseñas y ejercía un poco la crítica de arte. Tenía que sobrevivir ante tanta vacuidad. En ese momento, además, en el área de Revistas había un equipo joven talentosísimo que hacía trabajos muy novedosos y refrescantes. Recuerdo, entre otros, a los periodistas Martha Sepúlveda, de la revista Uno; Mabel Caballero, Miguel Piccini y María Virgen Gómez, quien era la directora de Oh Magazine; en el área gráfica, al fotógrafo Miguel Gómez con el que luego continuaría trabajando en el suplemento cultural Ventana cuando pasé a dirigir esta sección después de seis meses en Revistas. Mi entrada a Ventana se dio tras la salida de Ruth Herrera. Durante estos años tuve el privilegio de entrevistar a figuras del arte y la literatura tales como José Saramago, Elena Poniatowska, Ana Maria Matute, Sergio Ramírez, Julia Álvarez, Lola Salvador Maldonado, Luis Eduardo Aute, entre otros no menos importantes.
¿Cuáles eran algunos de los suplementos culturales que insidian en la vida cultural dominicana?
Durante mi primera juventud, cuando estudiaba en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, el suplemento Isla Abierta en el Hoy, dirigido por Manuel Rueda; el Aquí en el diario La Noticia, dirigido por el poeta Mateo Morrison y donde publicó casi toda mi generación literaria del Taller Literario César Vallejo de la UASD. Más tarde, en el 1989, el moderno periódico El Siglo fundó Coloquio, dirigido por Bruno Rosario Candelier y Marcio Veloz Maggiolo. Pero este tuvo una vida muy corta, desapareció un año después o a principios de 1991. Sin embargo se aumentaron las páginas de Playa, una separata que salía en ese periódico todos los lunes con fotos de mujeres en bikini. Decían que subían las ventas ese día. A mediado de los noventa la revista Vetas dirigida por Clodomiro Moquete se convirtió en un espacio muy importante e irreverente en el ámbito cultural dominicano y se mantuvo hasta bien entrado los años 2000.
Las páginas de Biblioteca en Última Hora, dirigida por José Rafael Lantigua, fueron un espacio importante para la difusión de la literatura a través de sus reseñas de libros. Luego Biblioteca se publicaría conjuntamente con Ventana en el suplemento Perspectiva dirigido por la periodista Vivian Jiménez en el Listín Diario. Además para esa misma época también existían los suplementos Cultura, dirigido por Diógenes Céspedes en El Siglo, y Pasiones, cuyo editor era Camilo Venegas en El Caribe. Camilo hizo un excelente trabajo en ese suplemento adonde había ido a trabajar gran parte del equipo de Revistas del Listín Diario tras masivos despidos en ese periódico previo al escándalo Baninter. En esa época también surgieron revistas como Caudal, dirigida por el escritor y profesor universitario Carlos Enrique Cabrera y de la que fui también cofundadora; la revista Mythos, dirigida por la escritora Rosa Julia Vargas, y Casa de Teatro también creó una revista cultural dirigida por Amos Azconaga. Caudal contaba con un gran equipo de colaboradores que incluía escritores e intelectuales, así como artistas, tanto de la República Dominicana como del exterior. Esta revista era trimestral y cada número era ilustrado especialmente por un artista, entre los que recuerdo a Norma Cabrera, José Pelletier y Kilia Llano. Lamentablemente desapareció en el primer decenio de 2000. Es interesante que al mismo tiempo que surgían estas revistas, los suplementos culturales en los periódicos empezaban a desaparecer y ya para el 2003 sólo quedaría la sección Areíto en el diario Hoy, la cual aún permanece. Ventana volvería a ser, como en sus inicios, una sección dentro de las páginas del diario.
Hay una historia no escrita de los suplementos culturales en Santo Domingo. ¿Cuáles nombres incluiría en esa historia del periodismo cultural?
Por supuesto, la cultura, como todo, está muy centralizada en la República Dominicana, específicamente en la capital, y los suplementos culturales no han escapado de esa visión reductora. Hace falta contar también con más colaboraciones donde se ejerza la crítica seria, rigurosa, y es necesario incluir las manifestaciones culturales y los artistas que trabajan más allá de la Plaza de la Cultura.
¿Cuál fue el rol de las mujeres en los suplementos culturales?
La pionera fue sin dudas doña María Ugarte, la historiadora y escritora exiliada de la España franquista, quien en su página literaria en El Caribe creó un espacio para la difusión de la literatura y desde donde ella dio a conocer a los incipientes poetas de la generación del 48. Muchos años después su hija Carmenchu Brusiloff seguiría esta tradición en la sección Ventana del Listín Diario. Ventana fue el único espacio donde las mujeres tuvieron un papel protagónico. Desde su nacimiento en los ochenta en las páginas de la sección La Vida hasta convertirse en suplemento, Ventana siempre tuvo editoras: Brusiloff, Marta Madina, Lilian Gil, Marianne de Tolentino, Alanna Lockward, Ruth Herrera y por último yo que estuve entre el 2000-2002.
Además de literatura, ¿que otras manifestaciones culturales tenían cabida en los suplementos culturales?
Generalmente en los suplementos culturales dominicanos han predominado los temas literarios, textos de ficción y ensayos, y la crítica de arte. También secciones de entrevistas y reseñas de libros. Cuando fui editora de la sección Ventana continué con la tradición de mis antecesoras, y publicaba artículos literarios, de artes visuales y también incorporé la crítica de teatro así como reportajes de índole cultural y antropológico, con la inclusión de temas gastronómicos, musicales y que abordaban la religiosidad popular, entre otros.
¿Existían algunos modelos a seguir del exterior en cuanto a formato o contenido de los suplementos culturales?
No sé si se podría decir del exterior, en materia de periodismo siempre se ha estado dialogando con el exterior. Sí durante mi época en el Listín Diario se rediseñó Ventana que pasó de las páginas de La Vida a un suplemento integrado bajo el dominical Perspectiva, el cual incluía los suplementos Ventana, Biblioteca y Medio Ambiente. Su rediseño creo que lo realizó una empresa extranjera, pero ahora mismo he olvidado el dato preciso. En este rediseño se privilegiaba la imagen al texto y se buscaba atraer más al lector. En la parte visual contaba con un gran equipo, el fotógrafo Miguel Gómez, cuyas imágenes rompían totalmente con la foto tradicional posada y rígida. Gómez te retrataba el alma. Y también contábamos con las creativas y exquisitas ilustraciones de los artistas Kilia Llano y Gerard Ellis. En el contenido, aunque no siempre lo lograba, como editora buscaba publicar artículos que comunicaran al lector. Los articulistas de los suplementos culturales dominicanos, por lo general, escriben para sí mismos, con amaneramiento y sin pensar en el lector. Una de las fallas de estas publicaciones ha sido el estilo ampuloso y rebuscado, el cual no toma en cuenta que estas secciones están dirigidas a un lector heterogéneo y no necesariamente a un público académico o versado en la materia.
¿Podría mencionar algunos de los aportes de los suplementos culturales a la difusión de la cultura dominicana y cultura en general?
Creo que uno de los principales aportes de los suplementos culturales en la República Dominicana es haber creado un sentido de comunidad, donde los interesados por la cultura pueden tener una guía para la lectura y algunos eventos culturales, y a veces encontrar un buen artículo o entrevista donde se difunde el pensamiento y el quehacer cultural.
¿Qué impacto ha tenido la era digital en el periodismo cultural en la República Dominicana y a nivel internacional?
Un gran impacto. Primero, los lectores tienen acceso a publicaciones de todo el mundo en línea. Antes los que podíamos leer el suplemento Babelia de El País, lo hacíamos muchos días después de su salida. Los periodistas o escritores hoy no necesitamos que un editor nos publique. También podemos entrevistar a las personas sin necesidad de viajar. Eso indudablemente reduce los costos y el tiempo. Una de las pocas entrevistas que hice utilizando este recurso fue a la escritora haitiana Edwidge Danticat durante mis años en Ventana; hoy esto es más usual. Tenemos plataformas en la Internet y en las redes sociales que nos permiten subir nuestros artículos al instante y difundirlos entre miles de personas. Es maravilloso lo que hemos logrado y, hasta cierto punto, la información se ha democratizado.
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