Por Graciela Azcárate
17 de octubre de 2018
«Querían un espacio de cariño, afecto y de películas que tuvieran que ver con historias del corazón, sin violencia. Es que vivimos en un mundo tan castigador que había que demostrar que el mundo no es así, que había un espacio de reflexión, para contar historias».
Virginia Lago
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy
por todo y a pesar de todo
mi amor, yo quiero vivir en vos.
Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol
por tu verano con jazmines
mi amor, yo quiero vivir en vos
Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos
porque le diste reparo
Al desarraigo de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor
por tu esperanza interminable
mi amor, yo quiero vivir en vos.
María Helena Walsh. «Serenata para la tierra de uno»
Me quedé mirando la cara, el pelo, los gestos de esa señora mayor que presenta películas en un canal de televisión argentino. Me reconocí en ese aire nuestro, digo, ese aire inconfundible de los setenta en Buenos Aires.
Me confundí con aquellas muchachas de pelo largo y liso, con minifaldas, recién salidas de la secundaria…éramos esa «Muchacha de papel» que estudiaba teatro, pintura, grabado, escribía poemas, quería ser antropóloga o historiadora, quería pintar murales, tocaba la guitarra o bailaba twist…
Me llamó la atención un artículo en Perfil y la sección espectáculos de Clarín. La escuché presentando una película en Telefe y me llenó de asombro la agresión y la ofensa en los mensajes interactivos tan hirientes y resentidos como los dirigidos a Norma Aleandro la semana pasada.
Esa presentadora de películas de amor, esa señora mayor de quien aun no sabía su nombre me resonó en lo más profundo, me recordó esa hermosa canción de María Elena Walsh.
La «Serenata para la tierra de uno», la del idioma de la infancia, la del escándalo de sol, releí las notas interactivas ofensivas, procaces, amargas. Me pregunté: ¿Por qué? ¿Porqué se burlan los jóvenes, nos ofenden, nos escarnecen, reniegan de lo que fuimos sus padres, sus mayores hace cuarenta años?
Fui recorriendo como en un túnel ese pasado nuestro, fui abriendo las puertas del recuerdo y recordé La patota, Darse cuenta, Filomena Marturano, la Juan Azurdy libertaria y esa Señora de nadie… entonces como una iluminación descubrí que tras la cara de esa señora mayor que todas las tardes presenta películas de amor para hablarle al corazón estaba Virginia Lago. Esa señora de sesentaicinco años que es una señora actriz de cine, teatro y televisión.
Se llama Virginia Lago y desde hace un año (2011) es la presentadora de Cine Telefe de Tarde. Cuentan que la emisora estaba pasando muy malos momentos casi congelada en la audición pero los números cambiaron y hoy el rating le sonríe. Lo llamativo del relato, no sé si es un asunto de los argentinos o de la condición humana es que Virginia Lago no pudo disfrutar a pleno su éxito. Las películas que presenta cada tarde tienen un muy buen nivel de audiencia, pero con el éxito también llegó la repercusión, la envidia, porque no puede llamarse de otra manera y las parodias. Se burlan de ella, la imitan de manera sobrada e hiriente. En una entrevista confesó sentirse muy maltratada después descubrió que el programa marcha muy bien «y que en definitiva un poquito vieja soy, ya no me molesta que me digan La vieja de Telefe».
«Son más las repercusiones positivas que las negativas, la gente se comunica con el programa, hay mails que son larguísimos, incluso de gente joven. Disfrutamos mucho de hacerlo»
Cuando dijo: «Un espacio de reflexión para contar historias» ella vino de muy atrás, de esa memoria de los nuestros, de las canciones que nos cantaron de niños, de las cosas de la infancia.
Por curiosidad seguí varias presentaciones y en una de ellas cuenta de «los sanguchitos de la mami», o los bocaditos o las masitas que preparaba la mamá, la tía o la abuela para mirar la película y yo me acordé de las tandas del cine de barrio, en el Gran Rex de la avenida Rivadavia, en Haedo, hasta tres tandas de películas para la matiné de señoras. Ella recordó aquella infancia, la de las masitas de la abuela y la tanda de películas que recrea todas las tarde en Telefe.
¿Por qué la parodian, la ridiculizan y se burlan? No se victimiza, no se fue al exilio, no tiene desaparecidos, no cobró ninguna indemnización por desaparecida ni exiliada, no es sobreviviente de nada, no busca dar pena y ha trabajado en su oficio sin pausa y hasta la fecha.
Es nada más y nada menos que una emprendedora de la vida, que trata de celebrarse a sí misma, a los suyos y a su país en las tardes de cine, con chocolate, masitas y un calor sincero en el corazón.
Esa fue nuestra infancia, nuestro barrio de adolescencia, nuestras fiestas de chiquillos, los novios, la universidad, los amigos, los zaguanes, el chocolate y las golosinas para entretenernos mientras mirábamos tres películas en un cine de barrio.
Eso también es la década de los setenta.
Miré los videos de los jóvenes que la parodian y realmente dan pena. Conmueve ver lo que han hecho con esa muchachada, una juventud arrasada en el alma y el corazón, ciega, sorda, grosera, vulgar, sin sensibilidad, atontada a twiter, celular y correos electrónicos de pocas palabras.
En un momento de la presentación ella me hizo acordar por una inflexión de voz a María Elena Walsh.
Algo resonó en mí, en ese territorio de la infancia que se multiplica en la «Serenata para la tierra de uno». Y esa canción en la voz de María Elena Walsh y Mercedes Sosa se fue desgranando, se derramó como un bálsamo en el fondo musical de mi laptop, mientras buscaba mi infancia, mi pasado, el cine de barrio y ese territorio común que como a Virginia nos pone a resguardo de un nuevo siglo inclemente y feroz.
Busqué en internet su vida y cuando la encontré y la leí comprendí porqué las mujeres argentinas que nacimos en los cuarenta somos como somos, porque hay un territorio de la infancia que es bueno recuperar, en una tarde de cine, con una señora mayor que lee cartas de amor, que está actualizada y lee correos electrónicos que le mandan jóvenes parejas que la siguen todas las tardes, que pone jarrones con flores y prepara una tarde de té para compartir una linda película con los hijos, los nietos, el marido o las vecinas.
Virginia Lago nació en San Martín, un pueblo al norte del Gran Buenos Aires el 22 de mayo de 1946. Es considerada y apreciada como una primera actriz argentina de teatro, cine y televisión.
Tenía quince años, como la canción de Serrat cuando sin quererlo ganó un concurso de televisión en el que no iba a participar. Premonitoria, como si fuera al encuentro de la Violeta Parra que años después interpretó, «volvió a los diecisiete» y a esa edad tuvo una actuación destacada en la obra Pigmalión. Fue su bautismo en el teatro y la actuación. Era prima y vecina de la actriz Zully Moreno e hija de un guitarrista autodidacta.
Cursaba tercer año cuando acompañó a su hermana a un canal de televisión donde se realizaba un concurso de actuación. Dice que fue a mirar y sobre todo a jugar pero una productora la invitó a participar, al principio tuvo miedo, se resistió, después ganó. A los diecisiete fue la revelación de Pigmalión y en el teatro ha desplegado una galería de personajes con los que decidió rendirle tributo a otras vidas consagradas de mujeres como Juana Azurduy, Edith Piaf, Frida Kahlo, Violeta Parra o la Mariana Pineda de Federico García Lorca.
En el año 2009 fue distinguida con el Premio Martín Fierro en la categoría Actriz en Drama, por su participación en Mujeres de Nadie, segunda temporada, donde personificaba a Nené, una temible villana.
Vive en el barrio porteño de Parque Patricios, tiene un esposo[, , dos hijos y una nieta y se dedica a presentar las películas que transmite Telefe alrededor de las cuatro de la tarde.
Pero más allá de ese dato pueril es esa señora mayor de sesentaicinco años una emprendedora de la vida que nació en los cuarenta y tenía veinte años en los setenta.
Es una señora de la cultura argentina que tiene en su haber por ejemplo en televisión:
«Historias de corazón, «Decisiones de vida», «Mujeres de nadie», «Mujeres asesinas», «Las amantes», «Los herederos del poder», «Por siempre mujercitas», «Cosecharás tu siembra», «Una mujer inolvidable», «El amor tiene cara de mujer».
En cine participó en «La Raulito», «El búho», «Juguemos en el mundov, dirigida por María Herminia Avellaneda, «La sentencia, «Un sueño y nada más», «Los inconstantes», «El terrorista», en 1961 «Alias Gardelito», dirigida por Lautaro Murúa, y en 1960 «La patota», dirigida por Daniel Tinayre.
En teatro, donde ha dejado una senda fecunda hay que resaltar «Darse Cuenta”, «Filomena Marturano», «El ángelv sobre textos de Federico García Lorca, «La Delfina, una pasión» de Susana Poujol, «La Farolera» de María Elena Walsh, «Frida Kahlo, la pasión» de Ricardo Halac, «Borges Buenos Aires» sobre textos de Jorge Luis Borges.
Es la vida, la obra y las consecuencias de una joven de los setenta en Argentina. Un amasijo perfecto de vidalas, de escándalo de sol, de un verano con jazmines, un reparo seguro para los desarraigos del corazón, consecuencias perfectas para una interminable rebeldía…
Eso es lo que los jóvenes que la parodian debieran saber y como la inmensa María Elena Walsh, al final de cada matiné de cine, cantarle:
Por tus antiguas rebeldías /y por la edad de tu dolor/ por tu esperanza interminable / mi amor, yo quiero vivir en vos
Para sembrarte de guitarra/ para cuidarte en cada flor /y odiar a los que te castigan/ mi amor, yo quiero vivir en vos
Nota: Esta historia de vida fue escrita y publicada en el año 2012. Reescrita para ESENDOM.
Santo Domingo, 10 de octubre 2018.
____