Por Emmanuel Espinal
30 de enero del 2020
El domingo el mundo despertó cómo cada día a luz del sol comenzando así un día normal. Pero esa normalidad se rompió con la noticia de que un helicóptero se había accidentado y abordo estaba un ícono mundial del baloncesto, el astro Kobe Bryant. Más tarde se conocería que era aún más lamentable el accidente al saber que también pereció su hija con él, apenas con trece años, dentro de las nueve vidas que se extinguieron en ese siniestro. Reflexionemos el porque se detuvo el mundo al romperse esa normalidad con esa noticia.
Es que ese instante nos habla mucho de que tan frágil es la vida misma, ya que nadie se espera que un hombre de 41 años de edad que alcanzó la cima abruptamente perdiera su vida. Más fuerte aún es que la vida de una niña que apenas estaba dando sus primeros pasos se extinguiera.
Los seres humanos nos enfrascamos en los estragos de la vida diaria y nos olvidamos de disfrutar de las cosas simples. Nos olvidamos de abrazar a nuestros seres queridos y decirles cuanto los queremos. Los que perecieron dejan atrás seres queridos que tendrán que recoger los fragmentos de sus corazones destrozados para retomar los legados de los que perecieron en recordarlos y conmemorarlos a diario.
Tomemos un segundo para entender lo frágil que es la vida y no esperemos al próximo segundo para simplemente vivir en plenitud. Esa es otra lección que nos dejó Kobe Bryant que tocó a tantos y en un segundo nos unió en el más importante ámbito que es el de la humanidad.
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