ESENDOM

Cultura y conciencia

Los negros son los otros

Historia de vidaNelson SantanaComment

Por Graciela Azcárate
31 de octubre de 2018

A modo de introducción

La historia de vida escrita en 2011, «Los negros son los otros» la escribí a mi vuelta de Buenos Aires conmovida por la lectura de una biografía escrita por el periodista español Miguel Ángel Villena sobre Victoria Kent. En la presentación de su libro el explica que la  escribió pensando en su abuela Teodora Yagüe, una valenciana recia. El prólogo lo escribió Carmen Alborch. Una valenciana también recia, profesora de derecho, escritora, ex ministra de cultura del gobierno de Felipe González y luchadora por la causa de la mujer. Hoy al revisar la prensa de España leo la noticia de su muerte. Releo ese prólogo que ella escribió sobre Victoria Kent. Y en nombre de todas esas mujeres recias reescribo este texto para ESENDOM en memoria y respeto por tantas mujeres fuertes.

«Hay cosas que no se pueden olvidar. El olvido no viene cuando uno le llama, sino cuando uno lo quiere. Pero la fuerza de algunos hechos es tal que el olvido es imposible. ¿Cómo olvidar los horrores del exilio y a los compañeros fusilados? Se puede perdonar, olvidar es muy difícil, imposible. Yo perdono, pero no me es posible olvidar. No hay que olvidar».

Victoria Kent. «Una pasión republicana». Biografía escrita por Miguel Ángel Villena. Prólogo de Carmen Alborch.

 

El domingo al mediodía (2011) tenía preparada la Historia de vida que escribí entre viernes y el sábado al mediodía.  Trataba sobre el prejuicio racial no sólo entre haitianos y dominicanos sino ese prejuicio planetario donde desposeídos, negros, indios, gitanos, asiáticos, viejos, niños, mujeres, inmigrantes son discriminados, violados y asesinados nada más que por ser depositarios de esa sombra del otro. Lo oscuro y lo que aborrezco en mi,  proyectado como una piedra en la vida de los otros.

En realidad, suspicaz pensé que nadie de aquí iba a responder «Un 23 de agosto en La Española» y me apuré a copiar el párrafo de Haroldo sobre el antiahaitianismo soft.

«Cada día, y así por muchos años, los dominicanos somos sometidos a un discurso anti haitiano que nació –como muchas otras tragedias que nos azotan- con el trujillismo. Según una amiga de Elías Piña, se trata de un ADN racista que nos inoculan desde pequeños Y nos alimentan día a día desde la prensa».

A las carcajadas contra la pared lo violan y entre carcajadas se graban entre sí como si sodomizar a un chiquillo negro fuera lo mismo que patear a un perro de la calle.

Pero me equivoqué porque Pascual, un animoso y creativo lector interactivo me respondió que ahora la esclavitud universal fructifica con la globalización y el neoliberalismo.

La historia era  un minucioso relato de mi  regreso a Buenos Aires, los últimos días de mi estadía, la visita por distintas boutiques y peleterías donde los vendedores  nos preguntaban a mí y a mi hijo Juan Miguel de dónde veníamos y cual era nuestra nacionalidad admirados de lo lindo que hablábamos, lo educados y gentiles en pedir las mercaderías, los documentos o los tramites. Cuando Juanito sin titubear les dijo que era dominicano (no se le ocurrió decir que es hijo de argentinos y ciudadano costarricense) y yo referí que era argentina, que estaba de paso,  que hacía 30 años que vivía en una isla de mulatos y negros y que estaba urgida por terminar mis trámites para largarme  los más rápido posible de Argentina (eso no lo dije pero lo pensé), asombrados dijeron no  comprender porque para ellos los dominicanos son «unos negros de mierda, escoria de la peor especie;  ellos,  traficantes de drogas y ellas, unas putas vocingleras, unas gordas culonas con una hilera de negritos atrás,  que se ganan el mango (dinero) prostituyéndose en las esquinas. Eso dijo una vendedora. La miré y me atraganté. Tentada estuve de ponerle un espejo para que viera que sus rasgos, su pelo duro y teñido de rubio, esa marca de identidad, en la mayoría de la población urbana en Buenos Aires de marginales, lúmpenes de villa, «una china de rancho» eso era la vendedora de zapatos que tan despreciativa hablaba de los dominicanos. 

Era igual que esas «chinas de tierra adentro», «esas indias o negras de mierda», esas bolivianas, peruanas, paraguayas, ecuatorianas o dominicanas que no deben salir de la villa, de la chabola, del servicio de domésticas o  de esclavas sexuales en los burdeles del Juez de la Suprema Corte de Justicia.

Hablo del juez Zaffaroni que dice que lo crucificaron mediáticamente y que «no pasa nada». (Era dueño de una cadena de prostíbulos).

Había algo en el texto que no me convencía y lo dejé para el domingo al mediodía para revisarlo fresca y sin prejuicios.

Victoria Kent en el frente republicano, 1937.

Victoria Kent en el frente republicano, 1937.

De Buenos Aires traje varios libros. Entre ellos una biografía de Francisco Franco escrita por el historiador inglés Paul Preston, la vida y muerte del sindicalista José Ignacio Rucci, una historia de las familias inmigrantes a la Argentina, una novela terrible de Doris Lessing titulado «El quinto hijo» y una biografía de la abogada republicana Victoria Kent.

Libros que de manera intermitente y desordenada  he ido leyendo entre el regreso de Buenos Aires, el viaje a La Habana y la vida cotidiana.  Aquí,  en Santo Domingo, entre lo abyecto de la campana electoral, entre el cinismo y el asco creciente de todos los partidos, entre los dos candidatos que son lo mismo y pronostican la misma inmundicia en que estamos hundidos desde 1996, desde el Pacto Patriótico entre el PLD y el reformismo,  entre este pueblo de rodillas, vejado y en la anomia como escribe un médico psiquiatra en El listín.

Imagino que estaba influenciada por la agobiante realidad de aquí, no sólo por las lecturas sino por el secuestro y muerte de Candela Rodriguez, una nena de 11 anos a la que quebraron el cuello y desfiguraron el rostro en Buenos Aires.

No hay líderes en este país. Nos han abandonado, como a perros de la calle.

Fue sacrificada  por sus padres delincuentes menores, villeros, narcotraficantes y piratas del asfalto;  imagino que la violación y muerte de las dos catedráticas francesas en Salta me mantuvo en vilo y me recordó el clima de agobio y sofocación que viví en Argentina.

En el momento que releía la historia, ponía notas y fuentes, después de haber leído la prensa internacional llegó un correo electrónico de una revista digital de Montevideo. Me advertían que eran escenas duras y violentas. Tres o cuatro militares uruguayos de Minustash sodomizan a un joven haitiano de 18 años. A las carcajadas contra la pared  lo violan  y entre carcajadas se graban entre sí como si sodomizar a un chiquillo negro fuera lo mismo que patear  a un perro de la calle. Fue tal la impresión, el estupor, el asco que no sé lo que me pasó, de pronto la página con la historia de vida desapareció y yo no supe o no quise recuperarla.

Sentí el mismo hartazgo  que sentí en Buenos Aires con una sociedad y un clima canalla, el mismo encierro y baja vibración que sentí en La Habana.

Sin aire, perpleja, apagué la computadora y dejé perdida la historia y sin cumplir con mi compromiso en los medios digitales donde colaboro.

Saqué a pasear mis perros, caminé por ese mediodía de sol y calor del Caribe para darme un baño de transparencia  y al regreso me encerré en mi cuarto a releer creo que por tercera vez una biografía de Victoria Kent escrita por un magistral historiador y periodista español llamado Miguel Ángel Villena que escribe esa biografía pensando en su abuela Teodora y en todas esas españolas republicanas que vivieron su vida como un imperativo moral a pesar del genocidio a que fueron sometidos por Franco, la guerra civil española y los cuarenta años de infamia  del franquismo.

Lo único que sobrevivió de mi vieja historia fue el texto de Deva y este pedazo de un ensayo que escribieron los chicos de Espacinsular.

«¿Dicen que tenemos líderes? No hay líderes en este país. Nos han abandonado, como a perros de la calle».

La haitiana Delva, aspirante a una casita T-Shelter, su tienda de lona podrida deja pasar la lluvia y se ha rendido.

«La censura y la autocensura también asoman cuando se aborda alguna temática vinculada al vecino Haití, país que comparte la isla con República Dominicana. En los medios a esos temas se les suele dar un trato maniqueo, y a los comunicadores y comunicadoras se les ubica como pro-haitianos si abogan por el respeto a sus derechos (que es simplemente defender los derechos humanos), o de «patriotas» si se colocan en la fila de los detractores de Haití.

Uno de los temas que más polarización genera es el de la nacionalidad. En abril de 2007, la periodista dominicana Sara Pérez, residente en Estados Unidos y columnista de El Nacional, publicó un amplio artículo defendiendo a la dominicana Sonia Pierre, a quien entonces se le pretendió despojar de su nacionalidad en represalia por sus sistemáticas denuncias, a través del Movimiento de Mujeres Dominico - Haitiana (MUDHA), de la violación a los derechos de la población dominicana de ascendencia haitiana, labor por la que fue reconocida en 2006 con el Premio de Derechos Humanos RFK Memorial Foundation.

«Sonia, en ejercicio de su libertad de expresión y de su derecho a criticar políticas de su país y de cualquier otro, en el escenario que elija, ha denunciado la violación de derechos humanos contra la población dominicana de origen haitiano en RD.  En la iniciativa de reprender a Sonia convergen los fundamentalismos de la Fuerza Nacional Progresista, (FNP) y las indolencias de un gobierno que carece de voluntad para sortear los desafíos domínico-haitianos», escribió Pérez.

En alusión a los comentarios de Pérez, la también periodista Soraida Araújo, quien reside en París, comentó lo siguiente: «Pocos son los periodistas dominicanos decididos a ver el problema dominico-haitiano con ojos críticos y distanciados. O mejor dicho: creo que la mayoría tiene miedo y lo peor es que más que de miedo se trata de autocensura; una autocensura que a largo plazo podría asfixiar la diversidad de opinión, elemento fundamental para la existencia de una prensa plural y edificante».

(…) «La prensa dominicana aborda el tema de los/as inmigrantes haitianos/as destacando principalmente los temas conflictivos y una imagen negativa de éstas personas», refiere el estudio. Indica que es recurrente presentar esta migración como «invasión pacífica con serias amenazas a la soberanía nacional, la cultura y las costumbres del pueblo dominicano».

«Es evidente que en los últimos años, diversos sectores han arreciado, a través de la prensa, una constante campaña contra la presencia de migrantes haitianos/as en la República Dominicana, atribuyéndole el desplazamiento de la mano de obra local en sectores claves de la economía criolla, la transmisión de enfermedades y una cultura distinta a la nacional», refiere. De igual manera, sostiene que los medios de comunicación invisibilizan los aportes de esta población al desarrollo de la economía dominicana».

Invisibles, sodomizados, apaleados, discriminados, encarcelados, perseguidos…no importa si son dominicanos, haitianos, o chiquillas pobres en un barrio marginal del Oeste de Buenos Aires.

Invisibles, sodomizados, apaleados, discriminados, encarcelados,  perseguidos…no importa si son dominicanos, haitianos, o chiquillas pobres en un barrio marginal del Oeste de Buenos Aires.

Me pasé el resto del domingo leyendo la vida de una española de excepción, una obra escrita bellamente por un periodista español nacido en 1956 que escribe a la memoria de su abuela Teodora.

«Nacida en 1895 en Utiel, un pueblo agrícola en el límite entre Valencia y Cuenca, mi abuela Teodora maldecía al general Franco cada vez que aparecía en televisión, escuchaba en silencio y con el puño en alto alguno de sus cansinos discursos, lloró de alegría el día que pudo ejercer de nuevo el derecho al voto. Teodora Yagüe, pudo ver su ilusión de morir, en 1980, después del fallecimiento de un general que había ahogado en sangre los ideales de varias generaciones. Siempre dijo mi abuela  que había aprendido más cosas buenas y malas, en la década de los treinta, que en el resto de su vida. Mujer de carácter fuerte, de armas tomar que tuvo que callar durante décadas y solo murmurar nombres como los de Victoria Kent a los oídos de los nietos para que perpetuaran su memoria. Mujeres como ellas no merecen el olvido.

Por eso he escrito  esta biografía.

Placido, el alter ego de Victoria en «Cuatro años en París», reflexiona así en las paginas finales: «Yo quiero no olvidar todo lo que hoy sé. Que otros hagan la Historia y cuenten lo que quieran; lo que yo quiero es no olvidar, y como nuestra capacidad de olvido lo digiere todo, lo tritura todo, lo que hoy sé quiero sujetarlo en este papel»

Fuentes: http://www.7dias.com.do/app/article.aspx?id=51337 Haroldo Dilla. El antihaitianismo soft. espacinsularhttp://www.espacinsular.org/spip.php?article5886- Ensayo periodístico producido por el Espacio de Comunicación Insular para la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana. Fue publicado en la edición de mayo de la Revista Media Development / 2008/2.

Nota: Esta historia fue escrita en el año 2011. En esa época la revista digital Espacinsular y 7dias.com  estaban activas y de ellas son citadas las fuentes. He reescrito el texto para ESENDOM.

 Santo Domingo, Miércoles, 24 de octubre 2018.

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