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Valió la pena conocerte…

Por Graciela Azcárate
7 de noviembre de 2018

«No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa (…) no me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza toda idea de subordinación y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia».

Américo Lugo: Carta a Rafael Leónidas Trujillo, 1936.

Valió la pena conocerte,/Valió la pena  enamorarte /Mentir sin tregua ni medida, /Valió la pena hasta en engañarte /… porque contigo vibro

«Valió la pena conocerte» cantada por Roció Jurado y Julián Bisbal.

Tuve un jefe en el periódico El Siglo, allá por 1993, que les decía a mis empleados cuando quería saber de mí: ¿Por dónde anda la del  28? Con eso quería decir que era una loca, una demente interna en el kilómetro 28 de Pedro Brand donde está el Hospital Psiquiátrico Padre Billini. Me faltaba el respeto y terminó echándome  como corresponde a mi curriculum  de vida de hace veinte años atrás.

No sé si por tarada, ingenua o boba a mi no me importó el tono peyorativo del administrador, me quedé de lo más contenta con las cosas que tenía entre manos en aquella gloriosa época de El Siglo, con  la rotativa sueca de doce cuerpos y la impresión del Nacho. Yo me sentía, en realidad como ese  tango «Yo sé que estoy piantao».

Es decir que estoy loca que «yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión, y a vos te vi tan triste, vení,  vola, sentí el loco berretín que tengo para vos».

¿Por qué inicio esta semana mi historia de vida con este dislate?

Porque la semana pasada  me pasaron esas cosas que me pasan a mí, que me las tomo como esa loca de la canción, como eso que hace que me bauticen como  «la loca del 28», pero que me asegura, hoy estoy convencida, de que me voy a morir muy vieja, muy felíz, rodeada de los que quiero, haciendo y escribiendo de lo que me gusta, segura de  que el pasaporte  de longeva dichosa  sólo se obtiene siendo fiel a sí misma.

Victoria Kent.

Durante la semana me pasaron muchas cosas, hice muchas diligencias, me responsabilicé de mi entorno, me di cuenta que la gente no cambia pero que yo si podía cambiar y en vez de hacer lo que hacía en otras épocas de arremeter y pelear me dediqué con serenidad a cambiar.

Loca y «piantada» escribí un nuevo libreto para la semana. Un libreto nuevo para  la historia de vida, para mis amigos,  mis empleados domésticos, mis lectores virtuales, saludé a mi hijo Juanito que cumplió 29 años, y entre tanto me quedé pensando en Andrés L. Mateo y eso que dijo de un: «país de mierda» por tener a un funcionario en el gobierno entre  esos otros tránsfugas de los muchos que tenemos en el país.

 Pero no es «un país de mierda» mientras haya gente como esta que les voy a narrar.

Como en una sincronía me llegó una carta escrita por Don Américo Lugo en febrero de 1936 a Trujillo. Alguno de mis lectores me envió una extraordinaria carta de alguien a quien conocí cuando hice la historia de familia de los Nouel.

En 1998, Luis José Prieto Nouel me contó la historia del esposo de una de sus tías maternas. Ese era el digno don Américo. Así es la vida.

Imprimí  la carta y la dejé en mi mesa de trabajo.

 Me encantó ese: «No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa (…) no me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza toda idea de subordinación y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia».

«Bajo los dictados de mi conciencia».

Victoria Kent en una reunión política.

Bajo los dictados de su conciencia una gran cantidad de periodistas encabezados por Nuria Piera demandaron a Euclides Gutiérrez y al PLD (septiembre 2011), y con eso hemos dejado en claro que entre todos y cada uno desde sus veredas del quehacer cotidiano no vamos a dejar que nos timen, no vamos a dejar que nos callen la voz, vamos a defender la libertad de prensa, el derecho humano a la información y el derecho a disentir y ser respetado por nuestras opiniones. Una jueza muy joven falló a favor y yo me dije que valía la pena cada una de las batallas y derrotas sufridas.

¿Al inicio de la semana me pregunté que iba a escribir?

En mi mesa de trabajo y  entre los libros rondó esa carta que me robó el corazón.

«No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa…»

Lo escribí manuscrito en mi cuaderno de notas y salí a la calle a hacer mis diligencias.

En uno de esos días en una página del HOY alguien evocó a Hilma Contreras. Esa persona, en 1993,  me pidió ayuda para celebrar los ochenta años de doña Hilma. Recordé.

Fui a una caja donde guardo los archivos de las exposiciones con sus catálogos y carteles  y encontré un bello afiche de Hilma, con una foto de ella de 1930, en París, vestida de hombre. Me reí porque aquel afiche produjo espanto y fue descolgado de la calle de El Conde porque para los libreros de la zona era una afrentá la anciana escritora vestida de hombre.

La frase del afiche dice: «Siempre he relacionado la soledad con la libertad. Por tanto, primero instintivamente y luego conscientemente escogí la soledad y creo que valió la pena»

Tercer Festival de Mujeres Escritoras. Del 10 al 12 de diciembre de 1993. Biblioteca Nacional. Santo Domingo.

Pensé en Andrés, en don Américo Lugo, en Hilma Contreras, en la feminista con la que hice después la vida de Abigaíl Mejia Soliere,  en 1995 y con la que terminé  enemistada.

Y como la frase de Hilma pensé que había valido la pena todo. El escándalo de una anciana vestida de hombre y la pelea con la supuesta feminista.

Pero lo que en realidad le dio rumbo a mi historia de vida fueron dos comentarios interactivos a la historia de vida «Los negros son los otros».

El primer lector me escribió que mi texto era interesante pero escabroso y recuerda a Victoria Kent  por lo negativo contraponiéndola  a Clara Campoamor.

La otra lectora elocuente y cariñosa  me dice algo que me dio mucha risa: «no tengo ni puta idea de quién es Victoria Kent pero me fascinan tus historias».

Le juro que yo tampoco tenía «ni puta idea» hasta que descubrí ese libro precioso que cité la semana pasada y salí a caminar al mediodía  para limpiarme de la historia escabrosa de unos marinos uruguayos violando a un chiquillo haitiano. Eso es lo escabroso.

La lectura de la vida de una mujer que se muere entera, sana y lucida a los 95 años me pareció un baño de luz, de salud y coherencia.  

La vida de Victoria Kent, su exilio, primero en París,  después en Méjico,  donde ese país la honra y quiere, y le da carta de ciudadanía mejicana, para  que ella, que es un apátrida por orden de Franco pueda trabajar como embajadora en las Naciones Unidas, precisamente para trabajar la reforma carcelaria en el mundo.

Es una mujer que elige la soledad, la austeridad, el laborioso trabajo en la revista «Ibérica», para ella valió la pena su largo exilio en Estados Unidos y su elección de vida es toda una lección de coraje. La vida de una mujer, austera, serena, culta, laboriosa hasta la extenuación, inteligente y sobre todo fiel a sí misma.

Victoria Kent.

Es verdad que en 1931, entre Clara Campoamor y ella existió  la contradicción de que no apoyó el voto femenino por creer que las mujeres aun no estaban maduras e iban a votar de acuerdo a lo que dijera el cura. Por eso la lapidaron y dejaron en la sombra, aun que un año después el gobierno de la República la nombró Directora General de Prisiones. Durante un año y unos pocos meses, Victoria Kent fue la sucesora de Concepción Arenal, aquella gallega recia que escribió y legisló para proteger a todos los presos de España: «Tratándose de prisiones, el pasado no puede inspirar simpatía más que en sus verdugos».

Victoria Kent y Louise Crane.

Ella fue como un vendaval, como si supiera que era por poco tiempo y que la misoginia y los prejuicios de los hombres la harían dimitir.  Azaña dio  de ella y su trabajo en las cárceles opiniones paternalistas y misóginas.

Ella afirmó: «Todas las reformas no aportaran nada  eficaz si el cuerpo de prisiones sigue formado por un grupo de hombres sin dirección y sin doctrina reformadora y educativa. Será letra muerta, las prisiones  continuarán con su sistema de torturas y malos tratos». La propuesta de reforma asustó a los funcionarios de la República y ella renunció.

¿Por qué cuento esta historia de vida? Porqué evito las citas, las largas reproducciones de entrevistas, o los temas escabrosos del mundo que no son escabrosos si no  que son la vida misma?

Denis Diderot escribió que la insensibilidad engendra monstruos y a mí me da la impresión que aquí en la isla, sobra gente con sensibilidad, con sentimientos, con empatía, que es muy bueno como dice Goethe recordar a los ancestros por su vida limpia, honorable y cariñosa,

No, Andrés, no. No es «un país de mierda»  «ese país en el mundo» como diría Pedro Mir  que tiene un escritor que no le importa perder la casa porque no recibe órdenes de nadie y escribe en un rincón de su casa…, un país que  tiene una anciana escritora que eligió la soledad y cree que valió la pena, un país que da albergue, cariño y cobijo a muchos extranjeros, que pueden estar muy locos y muy dementes pero a los  que se los deja cantar, vibrar  al ritmo de la Jurado y el Bisbal y escribir  «escabrosos  dislates»  desde el nido de un gorrión.

Santo Domingo, 1 de noviembre 2018.

Nota: Esta historia de vida fue escrita en septiembre del 2011 y era la continuación de «Los negros son los otros”. Era una historia de vida muy personal escrita sobre la vida de la republicana española Victoria Kent. La he reescrito para ESENDOM.

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