ESENDOM

View Original

El poeta dominicano

Composición gráfica: Daniel Infante

Por Ignacio Barragán
8 de noviembre de 2018

En septiembre de 2014, llega a Argentina el poeta dominicano. El artista había sido invitado a participar del Festival de Poesía de Rosario para ser parte de algunas mesas de debates y dar una serie de lecturas. El hombre es moreno, de labios gruesos y pelo afro. Por su parecido con un basquetbolista yanqui le dicen “el Pippen”. Su nombre es Glaem Parls.

Llega a Buenos Aires sin un dólar. En la escala que tuvo en Panamá perdió todo el poco dinero que llevaba consigo. Es difícil superar la tentación de frecuentar esos casinos panameños donde hay mujeres y tragos baratos a toda hora. Al principio la estrategia del poeta no era perder todo el dinero sino más bien invertir un poco para recibir cierta ganancia superflua. Por supuesto que ese dinero era para comprar libros en Buenos Aires o ir a algún que otro museo. Pero las cosas salieron mal.

Glaem no es un improvisado. Si va a apostar, lo va a hacer bien. Además de sus estudios en Literatura y sus maestrías en Historia y Antropología, el poeta dominicano está muy interiorizado en la matemática. Sabe lo que son las Teorías del Juego de Forbes Nash además de conocer bastante de probabilidades por la escuela de Chicago. Entonces piensa una cosa “Existen solo dos tipos de personas: están los ganadores y están los perdedores. Yo tengo que ser uno de ellos y como no tengo más opción prefiero estar en el equipo de los ganadores. Si pienso que soy un ganador, automáticamente me vuelvo un ganador con la sola fuerza de la voluntad ¿O acaso eso no pensaban Schopenhauer o alguno de esos filósofos alemanes tan aburridos?” Por lo tanto, estaba decidido a apostar y a ganar todo.

Se dirige hacia la mesa de las ruletas. Apuesta todo su dinero al quince rojo. El quince porque es la fecha de nacimiento de Rembrandt y el rojo por el comunismo. Sale el nueve negro, pierde todo.

Lo que sigue entre la llegada a Buenos Aires y la perdida de los dólares es una sucesión de eventos patéticos que responden al orden de la tragedia griega. Sin dinero, Glaem se quiere sacar los ojos, se siente picoteado por los cuervos y ahora tiene que llevar una roca hacia la cima. Pero no importa, recuerda el Sísifo de Camus, hay que seguir igual. Consigue unas monedas de la gente que se apiada de su condición y vuelve en taxi al aeropuerto de panamá.

Para cuando llega a Argentina por la noche ya tiene una estrategia. Se va a quedar a dormir en el aeropuerto. En cuanto llega a migraciones se dirige a un oficial de guardia y le dice que se encuentra mareado. El hombre de uniforme hace un llamado y es llevado automáticamente a la guardería. Allí la doctora le toma el pulso además de mirarlo un poco y le dice que esta de lo más bien.

- Pero no Doctora, sepa disculpar pero le digo que no me siento bien - Le dice el poeta dominicano.

- Mirá flaco, te entiendo pero no veo indicios de que te esté pasando algo. El pulso es normal, no tenés fiebre, no puedo darte nada acá... :- le responde la doctora -: Lo único que puedo hacer por vos es dejarte en esta camilla un rato más hasta que te recompongas y listo. Mi turno ya termina y tengo que irme a la mierda. Solo te podes quedar 15 minutos y te vas.

- Muchas gracias Doctora.

Después de que se fue la doctora no volvió a aparecer nadie por ese cuarto de enfermería. Aparentemente no sucede nada en los aeropuertos que requieran enfermeras. Todo debe ser perros cocainómanos y personal bostezando. Por lo tanto, Glaem no se fue a los quince minutos, se queda toda la noche y duerme como no lo hace en años.

Al otro día lo despierta una enfermera gorda y fea a las ocho de la mañana que lo saca de la cama. “¡Raja de acá, negro de mierda” le grita la mujer mientras lo empuja hacia la puerta. Glaem no entiende el nivel de violencia que se maneja en Argentina solo por haber pasado una noche en una cama de un oscuro aeropuerto de Ezeiza. El poeta dominicano agarra sus cosas y se va.

Composición gráfica: Daniel Infante

El poeta dominicano no sabe como llegar a Rosario y entonces se manda a caminar. El aeropuerto de Ezeiza queda en el medio de una pampa casi gauchesca y, si uno está a pie, tiene que recorrer un buen par de kilómetros antes de llegar a algún tipo de civilización. Glaem supone que caminando hacia el norte en dirección latitud: 34°36′47″ Sur y Longitud: 58°22′38″ Oeste, se encontraría con la caótica Buenos Aires, ese ente absurdo y poderoso que funciona como cabeza de Goliat para la Argentina. Pero una vez más el poeta se ha equivocado. Después de siete horas de caminata ininterrumpida donde el cansancio y el hambre eran dignos de César Vallejo, el poeta dominicano llega a un lugar compuesto de construcciones monumentales y autos Fiat 600 llamado Piedrabuena.

El barrio Luis Comandante Piedrabuena de Villa Lugano es una zona caracterizada por ciertas construcciones denominadas monoblocks, unos enormes edificios soviéticos que se alzan hacia el sur de la ribera. Cuando Glaem observa estos enormes ciclopes no puede más que emocionarse. En ese momento piensa en la enorme cantidad de gente reunida en ellos, su dulzura, sus ganas de amar y su potencial artístico. El poeta hizo una serie de cálculos y se da cuenta de que en cada uno de esos enormes edificios habría por lo menos uno o dos artistas según la teoría de probabilidades de Kolmogórov. Eso ya era muchísimo.

También, justo después de ese momento en el cual tuvo aquella revelación, corrió su mirada de los edificios hacia unos escombros que estaban cerca suyo. Allí había algo raro, descolocado. Cuando se acerco pudo ver que lo que había entre tanto cemento y ladrillo era una flor. Un objeto delicado y amarillo había sobrevivido al caos del mundo y había prosperado hasta florecer. Glaem pensó que eso que estaba viendo era una de las cosas más hermosas que haya visto, algo que definía no solo una lucha sino al género humano mismo. “Esto es poesía” se dijo siguiendo su camino “Me siento en casa”.

Al cabo de unas cuadras el poeta dominicano divisa a lo lejos a unas parcas encapuchadas con unos aerosoles en la mano. Hay también alrededor de ellos un par de botellas de cerveza y un pequeño fuego improvisado. Eran grafiteros, en dominicana está lleno de ellos. La noche se acercaba y el poeta estaba tan perdido como cuando comenzó su travesía. Decide acercarse a los jóvenes artistas para pedirles un consejo.

- Hola hermanos ¿Cómo andan? - dice Glaem

Los muchachos son tres. Lo miran al poeta dominicano de arriba hacia abajo con una mirada de suma curiosidad. No es común ver un afro tan perfecto por Villa Lugano.

- ¿Qué haces pa? ¿Todo bien? - dice uno de ellos sacándose la capucha y pasándose la mano por la frente para retirar el sudor de la tarde.

- Sí, bien, más o menos. En verdad estoy algo perdido. Tengo que llegar al centro para tomarme un bus y no se como hacerlo.

- ¿De dónde sos, capo?

- De Republica Dominicana

- A la mierda guachin ¿Y que haces por acá en la loma del orto? :- dice otro con un cigarrillo entre los labios.

- Me invitaron al festival de poesía de Rosario. Lo conocen ¿no?

- Ni en pedo ¿Poesía? Mira que nos ceba el arte pero no leemos una mierda.

- Ah bueno, no importa, tampoco es tan interesante…

- ¿Vos sos poeta? - dice el graffitero del pucho

- Así es

- Bueno, recitanos algo campeón :- dice el primero en tono desafiante.

Glaem sabe que no va a ser un público fácil. Los graffiteros tienen una cierta sensibilidad para con lo pictórico pero no es lo mismo en el plano de las letras. El poeta dominicano sabe que tiene que elegir sus palabras con precisión, cualquier error le puede costar la burla o el desprecio. Piensa en el Movimiento Errancista al que pertenece y del cual es un referente, sabe que tiene las armas para ganar esta batalla. Recuerda un poema.

- Esta bien

El poeta se sube a una pila de escombros como si estuviese por dar un enfurecido discurso sindical a las masas.

- Este poema se llama “Intelectuales dominicanos”

Los muchachos lo miran atónitos, no entienden muy bien lo que están viendo, de alguna manera piensan que les están gastando una broma. Uno se prende otro cigarrillo.

Glaem, con una voz profunda y nerudiana, exclama:

- ¡Lo saben todo!

En ese momento corre una brisa, se escucha un ladrido, el frio se siente en el cuerpo. El momento parece catártico, de repente el mundo se vuelve una serie de complicaciones más que se pueden sortear fácilmente.

- ¡No dejan hablar a nadie!

Los graffiteros se miran, no entienden mucho. Uno de ellos recuerda el 2001 y lo mal que lo paso con su familia. Se remonta exactamente en ese momento a aquel día en el cual tuvo que salir con su madre y su padre a las ferias de trueque porque no llegaban a fin de mes. Vuelven los sonidos de las cacerolas y el olor a humo que había en las calles. Después, la fugaz figura de un helicóptero abandonando la casa de gobierno dejando una estela de miseria a su paso.

- ¡Tienen siempre la razón!

Vuelven los recuerdos, pero esta vez es una remembranza que tienen los tres al unísono como si fueran el coro de una tragedia griega. La gente triste haciendo incontables filas para conseguir trabajo, los jubilados muriéndose de hambre en las calles, el corralito, Domingo Cavallo y la puta madre que lo pario. El olor embriagador de las llantas quemadas, los palos y pañuelos. En una imagen se funden un pueblo levantado y el buitre del Fondo Monetario Internacional. La crisis cambiaria, el desempleo crónico y los hospitales atiborrados de heridos de Plaza de Mayo. Las abuelas de los desaparecidos siendo golpeadas a diestra y siniestra, un premio nobel de la paz siendo denigrado, el exilio de miles de argentinos que no saben como explicarles a sus hijos por que se van. Todos tienen un amigo, un vecino o un amante que no pudo superar aquel diciembre.

- ¡Gente sin oficio! - culmina Glaem en un tono de puntos suspensivos.

Los muchachos vuelven a mirarse. Están emocionados, es verdad, los políticos son unos miserables, la historia trunca de Latinoamérica posibilita que un argentino y un dominicano se entiendan en ese tipo de aspectos.

Uno de ellos, el primero, disimula un pequeño llanto. No va a dejar que lo miren así y se saca las lágrimas rápido sacando pecho hacia delante.

- Es hermoso - dice el que tenía un cigarrillo

- Si, está buenísimo, es como un rap sin rima - dice el primero

- Posta, escupe la verdad - dice finalmente el último.

El poeta dominicano sonríe, sabe reconocer cuando alguien demuestra verdadero entusiasmo por algo y no es solo un frío intento de ser cortés.

- Muchas gracias chicos, en serio lo aprecio.

El muchacho del cigarrillo se le acerca y le da dos billetes de diez pesos bastante destruidos, sonreía con cierto tono de melancolía.

- Toma, loco. Acá te dejo 20 pesos, no es nada pero por lo menos dos viajes en colectivo vas a poder hacer. Che ¿Quere’ birra? ¿No? Bueno, mejor para nosotros. Escucha, vos lo que tenés que hacer es esto: acá a tres cuadras esta la parada del 28, decile que vas hasta Retiro, ahí es de donde salen todos los colectivos de grandes distancias, tenés como una hora y media de viaje pero hasta te podes dormir una siesta que nadie te va a hinchar las bolas. Eso sí, cuidate que está lleno de malandras, te pueden robar al toque, tenés que estar pillo con eso. Eu ¿y fasito no querés? Mira que es un paraguayo premium, eh. ¿No? ¿Tampoco? Vienen muy sanos estos dominicanos eh. Bueno, la posta es esta, apenas te subís alguien va a tenerte que pagar el boleto porque se viaja con tarjeta. Vos hacete el boludo y decile que le vas a devolver la plata del viaje que total no pasa nada, seguro que no te lo van a reclamar y viajas gratarola.

El poeta entiende cierta versión subtitulada de todo lo que dice el muchacho y se siente muy satisfecho con los consejos. Al final no estaba tan perdido como él creía y ahora podía seguir rumbo hacia el festival de poesía en Rosario. En cuanto llegara a las zonas aledañas de la estación haría un llamado y solucionaría todo.

- De nuevo, muchas gracias chicos, no los olvidaré - Confiesa Glaem.

- No pasa nada, negro. Gracias a vos por los recuerdos.

“¿Qué recuerdos?” se pregunta el poeta dominicano a medida que se aleja de ese oscuro barrio y se encamina hacia las luces de neón y el ruido del centro.

Los entre telones de lo que pasa entre el momento en que el poeta dominicano llega al centro de Buenos Aires y su traslado efectivo hacia Rosario no son del todo interesantes ni prolíficos. Glaem llega a la avenida Corrientes y se decide a llamar al contacto que tiene en la organización del Festival de Poesía. El hombre que lo atiende del otro lado le comunica que ya mismo tiene que pasar por tal oficina, retirar un pasaje de colectivo y dirigirse ese mismo día a Rosario que lo estaban esperando. Después de una serie de coordenadas e indicaciones, Glaem se encuentra ante las puertas de la estación de Retiro, esa prótesis lamentable de edificio que sirve de tapón entre la marginalidad de la Villa 31 y los palacios franceses de Libertador.

Cuando llega a Rosario ya sabe lo que tiene que hacer. Se toma un colectivo que iría de la estación de ómnibus hacia el hotel y en el trayecto del mismo intentaría dormir una siesta. Por supuesto que esta tarea resultó imposible ya que el ruido de las conversaciones de los pasajeros era tan alto y escandaloso que el poeta dominicano se sintió en una de esas películas italianas de la década del setenta donde los personajes hablaban a los gritos para comunicarse nimiedades.

El trayecto por la ciudad resultó alentador. Glaem pudo admirar las construcciones modernistas de Rosario, observar el río, su cauce, su gente y sus mates. En cuanto pasó junto al monumento a la bandera pensó en un homenaje fascista a la nación oligarca o algo por el estilo aunque después lo pensó mejor y le pareció algo lindo, un monolito en honor a la patria. La ciudad tenía unas calles transversales tendientes a lo ecléctico que podían terminar en una plaza. “Que divertido sería salir a andar en bicicleta por acá” pensó el poeta dominicano.

Conjunto habitacional Piedrabuena del 1980 en el barrio de Villa Lugano. Composición gráfica: Daniel Infante

En cuanto llega al hotel se anuncia como Glaem Parls y le entregan una habitación. Antes de irse a dormir decide entrar en su casilla de mails para anotarse los horarios de las presentaciones, mesas de debates, homenajes y otros narcisismos. En la planta baja del hotel hay una computadora destartalada y gris con Windows 2000 pero con internet. Se anota dos o tres charlas sobre poesía argentina, el horario en el que recita y se va a dormir. Rosario es una ciudad muy ruidosa pero el cansancio del poeta dominicano es enorme.

“¿Qué les pasa a los argentinos con Saer?” piensa Glaem al otro día en el Festival de poesía de Rosario. El poeta dominicano se pasea entre las distintas ponencias del día y observa la enorme importancia del escritor santafesino en la literatura argentina. “La influencia de Juan José Saer en los escritores de Rue de la Bûcherie 1990–1994” se leía por un lado. Después estaba “Juan José Saer y el cigarrillo ¿Cuántos atados por día?”. Pero el que más le atrajo a Glaem fue una conferencia dictada por un miembro de la Universidad de Yale llamada “La gastronomía en la primera obra de Saer. Entre la factura y la galletita de agua 1963–1968” No se convence por ninguna y se decide a dar una vuelta.

Después de recorrer una serie de cuadras empieza a tener hambre y recuerda que no tiene un peso. Estuvo caminando por lo menos una hora y se da cuenta que ha llegado hacia los barrios bajos de Rosario. Cerca de él hay un hombre que está cocinando unas carnes en un barril de gasolina partido al medio. Glaem se acerca y le pide si no puede darle algo para comer que está sin dinero.

- ¿Y vos de dónde sos?

- De Republica Dominicana :- Contesta Glaem

- ¡A la mierda! ¿Y cómo no tenés un peso? Vos tenés que andar con cadenas de oro si estás por acá, cosas así… - Contesta el hombre mientras corta un pedazo de carne y lo coloca en la parrilla.

- Soy poeta, no nos sobra el dinero

- ¿Así que el pibe es poeta eh? Che, no me importa nada, sos macanudo, te ponés a recitar poesía acá para la gente del barrio y te tiro un chori, un sanguchito de vacío, lo que quieras, vamo’ a jode’ que está lindo el día.

- Muchas gracias caballero

Glaem piensa que la cosa es rara pero le parece bien, tiene hambre. ¿Cómo funcionaría eso de recitar poesía al lado de una parrilla en los barrios bajos de Rosario? No lo sabía, pero en Dominicana esto ya lo había hecho muchas veces. Empieza diciendo tímidamente “Todo huele a desprecio”… con una vos gutural y apocalíptica. En ese mismo momento tres chicos que estaban jugando a la pelota se acercan y se lo quedan mirando al moreno.

- Desamparados se desprenden.

Pasa una familia caminando. Una madre, un padre y su prole compuesta por cinco niños. Se quedan parados al verlo al poeta dominicano. El hombre piensa que debe ser alguna actividad propuesta por la municipalidad así que le avisa a la gente del barrio para que se congregue. Un grupo de ancianos sale de un centro de jubilados con sus sillas y se colocan en semicírculo en torno a Glaem, los pocos chicos que estaban jugando a la pelota dejan lo que están haciendo y se sientan en la tierra, cerca del poeta.

- Hastiados los poemas… - dice Glaem mientras observa a las personas que se colocan frente a él.

A partir de ese instante el evento se vuelve un jolgorio. Hay botellas cortadas con vino recorriendo las bocas de los oyentes. La gente empieza a bailar, sin música, simplemente a moverse. Un par de locos se prenden un porro, tampoco falta el que se clava una pastilla, pero en líneas generales todo está ordenado. La gente está feliz, no saben que están en un recital de poesía pero está contenta porque no importa qué es lo que esté sucediendo, lo único realmente relevante es la joda.

Glaem mira a la gente, es una imagen gloriosa, apura su poema.

- No hay salida… solo entradas al laberinto… - vocifera el poeta dominicano dándole un cierre al evento.

Las personas del barrio estallan en un grito de emoción, se reinicia el baile pero con mayor intensidad, todos están felices. Glaem es asediado por una enorme cantidad de choripanes y vino en cartón que acepta con gratitud. Sabe que en tres horas tiene que ir a recitar algunas poesías al Festival pero no tiene muchas ganas. Sabe que el arte está ahí, con esa gente trabajadora, con aquellas personas que son felices con la banalidad misma porque nada reciben ni nada esperan. Por segunda vez se siente en su país, con su gente.

Después de haber bailado con unas rosarinas y haber tomado cerveza con algunos muchachos, Glaem se dirige nuevamente al Festival de Poesía. Tiene preparada una serie de escritos que quiere recitar pero no lo va a hacer como un sonámbulo en el medio de la noche o un Ginsberg barato llorándole a la mamá. No, va a intervenir el festival. La poesía es eso, la acción directa, una protesta contra un mundo imperante e injusto. “Pero también es la belleza”, piensa Glem, y es cierto. Las palabras también son simetrías, estética y placer, no se le puede adjudicar un carácter político a todo. “Bueno, algo de las dos cosas voy a hacer esta noche” se decide.

El poeta dominicano se dirige al escenario. Las personas están expectantes, son muchas y hacen bullicio. Glaem dice:

- El capo  se gana la muerte con sudor del riesgo sanguinario, los políticos con el sudor del pueblo…

No pasa nada, la gente no se mueve, no dice nada. Todo es un páramo de aburrimiento y sordidez.

- Está más cerca de dios aquel que de la nada hace de palabras tesoros en torres…

Está bien, es el momento. Glaem saca un aerosol y apunta a una pared pero su intención no es la de dañar la pared sino dar a entender algo. Dispara, la pintura se diluye en el aire.

- El primer millón de capo es el millón número 30 político… 

Vuelve a apretar el aerosol, no pasa nada, la pared sigue igual de blanca e impoluta.

- Deje de ahorrar y métale mano a la campaña

El recital del poeta dominicano terminó, la gente apenas aplaudió aunque había algunos entusiastas. Glaem se retira del Festival de Poesía con un gusto amargo. Si bien conoció a una cantidad considerable de literatos interesantes, todo el tiempo se sintió rodeado de farsantes. “Fue lindo mientras duró” pensó al menos.

En el viaje de avión de vuelta a Santo Domingo pensará si alguien habrá entendido lo del aerosol que no le hacía daño a la pared. Para él era una metáfora de esos días de escritores enjaulados en carpas hablando y discutiendo sobre arte. Nada lograrían si eso que discuten no lo sacan a la calle, nada importaría si años de conocimientos estéticos no estarían al servicio del pueblo.

“Creo que no lo entendieron, muy metafórico” se dice a sí mismo Glaem.

Unos días más tarde, una nota de Revista Ñ se despachará con estas palabras en relación al último acto de Glaem “¿Esta es la propuesta joven? ¿Un disparo que deja todo como estaba? ¿Esta es la propuesta, mimados por la municipalidad, el gobierno provincial y hasta la Cancillería española?”

Lo que no entiende la periodista es que los disparos del poeta dominicano pueden no ser certeros. Pero uno no siempre apunta para disparar.

Buenos Aires, 2018

_____

Ignacio Barragán (1991) Escritor y critico de cine. Nació en Buenos Aires y le dedica gran parte de su vida a entenderla. Sus autores preferidos son Pynchon, Gombrowickz, Bolaño y una banda mas que no vale la pena mencionar porque esto no es un decálogo de autores malditos sino la biografía que me piden.